Una tarde de bous

Ir a grabar correbous y fiestas populares en las que se utilizan animales no es una cosa grata, pero lo hacemos para ser testigos de lo que para la mayoría pasa inadvertido. Este testimonio espero que ayude a muchos a conocer qué se siente realizar esta sacrificada labor.

20 junio 2017
L'Ampolla, España.

Antes de comenzar a contarles un poco de qué significa ir a grabar los festejos populares con vaquillas que se celebran en el sur de Catalunya -que aquí llamados correbous- quiero comentar que somos voluntarias. Siempre realizamos este trabajo en nuestro tiempo libre. Dedicamos nuestro tiempo de ocio a defender a los animales. Mientras unos se van con sus amigos de fiesta, al cine, echados en la playa o relajados en casa, nosotras pasamos una media de 6 a 10 horas grabando, sin contar con el trayecto. Para haceros una idea, solemos pasar hasta 22 horas fuera de casa cuando salimos a documentar lo sucedido. Depende del tipo de festejo que se organiza, como sucedió este último fin de semana.

Fuimos a grabar a L’Ampolla, un pueblo de costa en Terres de l’Ebre, muy bonito y turístico, pero por desgracia realizan toros a la plaza y toros embolados.

Era un sábado muy caluroso, con una temperatura que superaba toda predicción. Llegamos a la plaza, con nervios, como siempre. Nunca sabemos lo que puede pasar, incluso con la presencia policial que ya es costumbre desde que fuimos agredidas el año pasado.

Como siempre, entramos y buscamos el sitio más seguro para nosotras. La plaza estaba medio vacía, así que fue fácil encontrar un lugar vacío que nos permitiera la mejor visión de la arena. Era perfecto para grabar, pero a 35° sin sombra, y nos tocaría estar unas 4 horas sin poder movernos. Al sentarnos, se nos acerca un hombre, que se presenta como regidor del pueblo. Nos comenta que no le gusta este tipo de espectáculo con animales, pero que viene para estar con nosotras y que todo salga bien.

A los 5 minutos de estar hablando con el regidor, desde el bar y en la parte de abajo de la plaza, se escuchan los primeros insultos hacia nosotras: “zorras”, “hijas de puta”, “bajar aquí si tenéis huevos”, entre otras lindezas. Entonces se nos acercan tres hombres de mediana edad. Querían hacernos sentir incómodas para que nos fuéramos de allí, como ya lo han intentado tantas otras personas en tantísimos otros pueblos, con el mismo resultado: ninguno. Evidentemente, sus amenazas pueden aún menos que sus golpes.

Es la hora, comienza la “fiesta”. Esta tarde tenían concurso de ganaderías, que consiste en premiar al toro que “dé más juego”. La plaza sigue medio vacía. En la arena, sólo salen cuatro recortadores, que son los que provocan a los animales para que corran y los persigan hasta los obstáculos que ponen, como pendientes o abrevaderos. La mayoría sólo se da golpes contra estos objetos, y como muestran nuestras imágenes, tienen el morro sangrante por los choques. Sin embargo, para los aficionados que están allí: “el animal no sufre, no le pasa nada”.

Grabar estas escenas y tener que controlar nuestras emociones al ver el terror del animal y las ganas que tienen de salir de la plaza, no es fácil, en absoluto.

Mientras grabamos, se acerca un grupo de chicos al borde de la mayoría de edad y se sientan a mi lado. Comienzan entre ellos a decir: “mira las antitaurinas, hijas de puta”, entre otros insultos mucho menos creativos, si se lo pueden imaginar. Evidentemente, querían que los escucháramos y tuviéramos miedo de su insolencia de mocosos. Pero como siempre hacemos, ya casi como una disciplina marcial: no entramos a ninguna provocación y seguimos grabando mientras aguantabamos el baño de masas.

Cuando termina el tiempo reglamentario, meten al toro y sale otro, esta tarde hacía muchísimo calor, y les veías, sedientos y babeando. En cuanto sacaban uno, observabas como estaban agotados por el calor. Vienen muchas veces incluso desde Aragón a Terres de l’Ebre con altas temperaturas. Están en los camiones metidos al sol, sin agua, ni comida, y en espacios tan pequeños, que no pueden ni estirarse. Como se trata de animales rumiantes, si comen antes de salir al ruedo… no podrían ni caminar. Se echarían a dormir la siesta y hacer su larga digestión.

Vemos que no quieren casi ni moverse en la plaza, están demasiado agotados. Mientras grabamos estas escenas, el chico que tengo sentado a mi lado, no para de insultar. En un momento dado me dice: “yo soy cazador, cuidado no os mate a vosotras”. Así, que no solo tenemos que estar ahí sufriendo al escuchar los gritos del animal y ver como uno de los recortadores se ensaña con ellos. Si no, que además tenemos que hacer oídos sordos a las amenazas hacia nosotras. Ir a grabar no es algo que nos guste hacer. Tenemos que aguantar demasiado y sufrir siendo testigos de semejante salvajada. Pero es algo necesario para ellos, para los animales.

Termina la tarde después de casi cuatro horas al sol. Tenemos un descanso de una hora antes de que empiece algo peor y que conlleva más sufrimiento aún: el bou embolat, el toro embolado. Esta tarde padecerán tres toros el fuego en sus astas.

Sale el primero de la noche, con la cuerda enganchada en su cabeza, le arrastran directamente hacia el pilón donde será embolado. Cuando tienen su cabeza oprimida contra el palo donde le pondrán el fuego, podemos observar su mirada, esa mirada de pánico y terror, el intenta moverse y salir huyendo, pero es imposible. Su cabeza está totalmente pegada al pilón. La gente se acerca a su alrededor, le ponen unos hierros donde están las bolas que prenderán en breve. Él grita, pero nadie le escucha. Sólo nosotras somos testigos del sufrimiento, de ese bramido que se puede oír incluso sobre la muchedumbre y las bocinas de los organizadores. La gente aplaude para que le enciendan los cuernos. Una vez embolado y con el fuego, le cortan la cuerda que le mantenía inmóvil. Sale corriendo, quiere huir, necesita quitarse los hierros con el fuego de su cabeza. Se sacude con fuerza. Está inquieto, zarandea la cabeza repetitivamente. Intentan obligarlo a que “dé juego” y persiga a los mozos, pero él no quiere, está asustado. Por fin ha pasado el tiempo reglamentario y abren la puerta para que vuelva al camión. En cuanto ve abierto el portón, sale despavorido hacia ella. Huír es lo único que motiva al toro a correr. Escapar del ruedo donde piensa que terminará su sufrimiento. Al menos por hoy.

La gente ríe, aplaude y esperan los siguientes dos toros que serán embolados esta noche.

Seguimos observando la plaza, está más de la mitad vacía. Lo único que nos alegra algo es esto: ver que cada vez menos gente asiste a estos eventos. Estamos agotadas, llevamos seis horas ya grabando y viendo el sufrimiento de los animales. Nos llena ver que algo está cambiando. A la gente más joven, no le gusta esto. La gente con mayor educación, no disfruta de esto.

Sale el tercero y último de la noche, al salir con la cuerda, se engancha su pata, el aprovecha esto para evitar a toda costa que le lleven al pivote, mientras brama desesperado. Su rostro, como los demás, refleja miedo y sufrimiento. Les cuesta embolarlo y se puede percibir la agonía del toro, cada vez mayor, jadeante. A los emboladores eso les da igual. A pesar de la dificultad y la torpeza de los aficionados, consiguen ponerle los hierros que sujetan el fuego y le cortan la cuerda. Una de las personas que está allí, se aferra a la cola mientras el animal corre, intenta quitarse el fuego y a la persona de encima. Pero no lo consigue. Cuando al fin le suelta, el toro se centra en intentar apagar el fuego, pero como todos los demás antes que él, es imposible.

Por nuestra seguridad, decidimos salir de la plaza 10 minutos antes de que terminara el último de la noche. Es mejor irse antes de que finalice, para no ser nosotras la atracción de insultos y demás comentarios. Esa gente ha estado bebiendo todo el día, y cuando ya no tienen toros para proyectar su agresión… buscan otras víctimas. Es parte de la fiesta.

Salimos de la plaza. Nos vamos camino al coche y tenemos miedo, más gente sale detrás nuestro. Decidimos subir rápido y emprender la vuelta. Llegaremos a las 3:30 de la mañana a Barcelona. Estamos agotadas, tristes y con la mirada de todos ellos grabadas en nuestra cabeza. No tenemos energía ni de hablar e intercambiar impresiones.

Los toros sufren muchísimo. No saben que estamos allí por ellos. No saben que alguien está siendo su voz entre esa muchedumbre embrutecida. Entristece saber que los seguirán llevando de pueblo en pueblo durante todo el verano, y cuando ya no sirvan más, irán directamente al matadero. Cuando dejen de “dar juego”.

A ellos no les podremos salvar, pero si a las próximas generaciones de animales, que no tendrán que padecer de esa condición de ser mero objeto de disfrute de una población anquilosada en el pasado.

Por muy agotador que sea ir a grabar, ver sus rostros perdidos, aguantar insultos, sentir miedo e inseguridad. Por mucho que esto sea así. No dejaremos de luchar. Como siempre digo: estamos en contra de la violencia. Así que a nosotras, no nos veréis comportarnos como una gran parte de las personas que van a presenciar las fiestas populares con animales. Seguiremos grabando y mostrando al mundo lo que sucede. Siendo testigos del sufrimiento y la crueldad. Estoy segura que terminaremos con estos absurdos espectáculos de tortura.

Dedicamos nuestro tiempo libre por y para ellos, hasta la abolición.

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