La experimentación animal cuenta con numerosos detractores, no sólo en el marco de los grupos de defensa animal, sino que existe también un gran frente en el seno de la comunidad cientí­fica que plantea su negativa a la experimentación con animales basándose en razones cientí­ficas de peso.

Básicamente, estas razones podrí­an resumirse en una sola afirmación: los animales no son hombres y, por tanto, los experimentos realizados sobre animales no son extrapolables al hombre. Contrariamente a lo que pudiera parecer, quienes defienden esta postura son, con frecuencia, cientí­ficos con larga experiencia en experimentación animal, y no hablan por teorizar, sino desde esa experiencia y con datos que han recabado de publicaciones cientí­ficas de primera lí­nea.

La conclusión que obtienen es muy sencilla: el paralelismo entre la reacción de un organismo animal a un medicamento que experimentamos por primera vez y la reacción del organismo del hombre coinciden por casualidad. No existe ningún dato a priori que nos permita tener garantí­as reales de que dicha reacción va a ser la misma. A posteriori, sí­ que podemos afirmarlo en cada caso concreto, tras probar el medicamento tanto en el animal como en el hombre y ver que los efectos son equivalentes. Pero también podrí­amos obtener una inacabable enumeración de casos en los que, a posteriori, se sabe que dichas reacciones son distintas; o que son radicalmente distintas entre distintas especies animales. Así­, por ejemplo, la talidomida habí­a sido experimentada correctamente en animales y no causaba malformaciones en ellos. Cirujanos afamados afirman que la disección de animales no les aportó nada y que, más bien, les indujo malos hábitos quirúrgicos que hubieron de corregir con la práctica en el hombre.

Dentro de esta corriente cientí­fica podemos mencionar un par de instituciones, como el Medical Research Modernization Committee, que ha publicado un detallado informe al respecto (1), o el grupo Doctors and Lawyers for Responsible Medicine, que ha publicado varios artí­culos interesantes (2). Según estos organismos, deberí­amos poner en marcha todo un nuevo sistema de investigación basado en modelos informáticos, en cultivos de tejidos humanos y en estudios epidemiológicos.

La mayorí­a de los experimentos con animales son inútiles y repetitivos, y no aportan nada digno de mención al acerbo de conocimientos de la Medicina. Por desgracia, el sentido crí­tico con el propio trabajo no es lo fuerte en la investigación: se dan demasiados supuestos por demostrados, y pocas veces se discute la utilidad real del experimento que se inicia. Cuando aparece una convocatoria de becas para investigar, como la clase médica está convencida del paralelismo €œevidente€ entre el organismo humano y el de los animales de experimentación, se procede sin más a plantear el experimento en animales. Sus resultados permitirán engrosar el vitae del investigador, pero habrí­a que examinar con más detalle qué porcentaje de esos trabajos terminan diciendo algo que se pueda a aplicar al hombre.

Estas reflexiones nos llevan de la mano a una cuestión epistemológica que tiene serias repercusiones en la ética de la experimentación y, por tanto, también de la experimentación animal. Esta experimentación animal se basa sobre un método analí­tico, es decir, plantea los experimentos de modo que podamos aislar la influencia de un solo factor sobre el organismo animal. Por esta razón, se empelan cepas normalizadas de animales, en condiciones siempre iguales, entre otras cosas.

Se corre así­ el riesgo de extrapolar indebidamente, y deducir que la cause (así­, en singular) de un determinado efecto es la que se ha conseguido aislar con la ayuda de la experimentación que sigue el método analí­tico. Forma parte del esfuerzo ético la disciplina intelectual de considerar que se ha descubierto €œuna de las posibles causas€ del fenómeno de estudio. Pero, desgraciadamente, ese rigor es difí­cil de mantener en el entusiasmo de una investigación que acaba de proporcionar unos resultados significativos.

Visto de otro modo: precisamente por trabajar sobre modelos simplificados, se olvida que en el hombre, beneficiario último de dicha investigación, se pueden dar variaciones interindividuales que invaliden las conclusiones de la experimentación animal (dejando aparte la falta de validez de la extrapolación del animal al hombre). Dicho de otro modo: no hay alternativas garantizadas para conocer los  efectos en el hombre sin probar directamente en el hombre o en algo humano. Probar en animales no es garantí­a de nada.

 


 

Notas:

(1) "Medical Research Modernization Comittee. A Critical Look at Animal Experimentation."
(2) "Doctors and Lawyers for Responsible Medicine."

Adaptación de un texto de Antonio Pardo Caballos (Dpto. de Humanidades Biomédicas, Univ. de Navarra), publicado en "Cuadernos de Bioética" XVI, 2005/3ª.