La viabilidad del mal

 

Para defender los intereses de los animales tenemos que centrarnos en lo que vemos problemático desde su perspectiva. Esto no es exactamente lo mismo que defender una naturaleza bonita y atractiva para el hombre. En otras palabras, la defensa ética de los animales y la ecologí­a son planteamientos diferentes. Entiendo que el problema es por encima de todo la capacidad de sufrir de los seres sensibles. Por su puesto la naturaleza es estructuralmente cruel. Nosotros podemos decidir ser vegetarianos, pero un león tiene que comer antí­lopes para apaciguar el hambre. En las fauces de una serpiente pueden agonizar 20 ratones en un dí­a. También es propio de algunas especies la dura lucha de los machos por las hembras o en defensa de su territorio. La teorí­a de la evolución implica a las claras que la naturaleza misma no se preocupa por ningún bien y que el sufrimiento es un eficaz mecanismo de pautar el comportamiento de los animales con vistas a su viabilidad.

                     

El drama es que esto, en resumidas cuentas, supone que el sufrimiento (lo que nos hace comer, huir del fuego, emparejarnos, buscar vida social..., lo que aparece con cualquier necesidad no satisfecha) es la mejor garantí­a de su propia reproducción. El sufrimiento, más exactamente la obligada huida individual de él, es un elemento esencial de la viabilidad de muchas especies animales, probablemente de todas las especies que muestran una conducta intencionada, con mayor o menor grado de intensidad probablemente. Por supuesto, todo esto vale también para el ser humano. Por eso podemos sentir empatí­a con los animales sensibles y ver como rechazable el comportamiento humano que les haga daño.

 

Convencido de la existencia de una dimensión demográfica del sufrimiento (las estadí­sticas de las ví­ctimas de todo tipo de problemas [enfermedades, accidentes, catástrofes, violencia, tortura...] lo indicarán), yo propongo la renuncia a la procreación. No hay garantí­a de bienestar, y el riesgo individual es, colectivamente, una nada hipotética realidad estadí­stica del desastre. Y, de nuevo, lo que digo para los seres humanos también me parece válido para los animales. De modo que invito a reflexionar sobre hasta qué punto evitar el sufrimiento animal puede justificar una polí­tica de control poblacional en el mundo animal. Seguramente resulta chocante para muchos no poder concebir la naturaleza sólo como un ámbito de soluciones. Pero son las necesidades, la amenaza de sufrimiento, lo que da valor a las soluciones. Dicho de otra forma: el bien es una respuesta al mal. Y el mal se inventó con los animales sensibles.

 


Miguel Schafschezty
Doctor en Filosofí­a