IAMS Cruelty

Por casi diez meses durante el 2002, un investigador de PETA realizó una investigación encubierta en un laboratorio de pruebas bajo contrato de Iams y descubrió un secreto sucio y siniestro debajo de la imagen limpia y pura del fabricante de comida para perros y gatos: perros que se habí­an vuelto locos de encierro en celdas de acero y cemento y de paredes vací­as; perros amontonados y abandonados en un piso con pintura descascarada tras haberles extirpado pedazos de músculo cortados de sus muslos; perros sin ladrido por operaciones quirúrgicas; perros y gatos terriblemente enfermos agonizando en sus jaulas, desatendidos, abandonados, sufriendo y sin atención veterinaria. 

Iams le mintió a PETA al prometer que mejorarí­a las condiciones de vida de los perros y gatos de los laboratorios bajo sus contratos, y asegurar incluso que ya existí­an programas de enriquecimiento. No obstante, nuestra investigadora encubierta sabí­a más. Luchó por seis meses para que se colocara un solo juguetito barato de goma en cada celda frí­a y solitaria. Esto es lo que entiende Iams por "enriquecimiento".

Nuestra grabación en ví­deo muestra a representantes de Iams en un recorrido de las instalaciones en el cual ven perros dando vueltas sin fin dentro de celdas bajo el calor abrasador del verano. Iams conocí­a la verdad y no hizo nada para proteger a los animales.

Los perros y gatos que Iams usa para sus pruebas no son distintos a los perros y gatos que tenemos en nuestras casas en lo que tiene que ver con merecer, compañí­a, juego, un entorno estimulante y tener derecho a que no se les atormente con experimentos dolorosos.

Afortunadamente, los consumidores saben que avances en la nutrición no tienen que surgir a costas de animales de laboratorios. Ayude a PETA a obligar a Iams a eliminar estas pruebas dolorosas e innecesarias, como ya lo han hecho muchas compañí­as con compasión.

La investigación

Nuestra investigadora grabó en cinta de ví­deo a los representantes de Iams mientras realizaban un recorrido de las instalaciones. Estos vieron los perros tristes y angustiados, sintieron el calor implacable y la humedad de las jaulas, y así­ mismo las dejaron, salieron y se fueron. Pero los animales no podí­an irse. 

Un veterinario de Iams que inspeccionaba un grupo de perros que habí­an sido comprados de un negociante clasificado USDA Clase B no hizo nada tras ver que una perra que acaba de parir en una jaula de cemento no habí­a sido provista de un sitio en cómodo en que descansar. Un cachorrro y un perro adulto de ese grupo murieron durante nuestra investigación, como resultado, probablemente, de falta de atención y de las temperaturas que bajaron a menos de 34 grados Fahrenheit en el edificio.

Un "experto en conducta" de Iams vió a los perros dando vueltas, locos, en sus jaulas y, sin embargo, no dijo nada. Un investigador dentista de gatos de Iams hasta escuchó a dos empleados hablando sobre animales a los que no se les trataba de manera humanitaria en las instalaciones, y de cualquier forma, Iams continuó funcionando como si todo fuera normal.

A pesar de las garantí­as de la polí­tica de investigación de Iams en el sentido de que ningún animal serí­a matado jamás, nuestra investigadora documentó la destrucción de 27 (entre 60) perros, que habí­an sufrido un procedimiento invasivo que implicaba cortar pedazos grandes de músculo de las patas de los animales. Otros dos de esos perros se hallaron muertos en sus jaulas después de la cirugí­a; uno habí­a pasado 11 dí­as de agoní­a antes de morir.

Cuando nuestra investigadora informó que Humbug, un perro de Iams, estaba cojeando, un técnico de veterinario le dijo que el laboratorio contaba con una máquina de rayos-x de los años sesenta pero no tení­a pelí­cula para la máquina, y que el director del laboratorio preferí­a matar, en lugar de darle tratamiento, a los animales con huesos rotos. Además, el laboratorio les sacaba sangre a Fifi y otros perros que el laboratorio usaba en estudios de metabolismo para venderla a otras compañí­as, aún cuando los estudios no pedí­an sacar sangre.

Finalmente, poco antes de que nuestra investigadora se fuera, el director del laboratorio les dijo a los técnicos de veterinario que dejaran sin poder ladrar a todos los perros de Iams porque le molestaban sus gritos desdesperados. Nuestra investigadora envió un mensaje electrónico a los investigadores de Iams de Dayton informando sobre esta directriz, con la esperanza de que Iams interviniera. Todo lo que recibió a cambio fue la horrorosa imagen de un técnico de laboratorio cubierto en sangrre después de un dí­a de trabajo dedicado a realizar las cirugí­as de eliminación del ladrido.

Cuando nuestra investigadora renunció, le informó a un representante de Iams y al director del laboratorio que se iba porque a pesar de todos sus esfuerzos, no se habí­a hecho nada para mejorar las vidas desesperadamente aburridas, solitarias y crudas de los animales. El representante de Iams admitió que tanto él como el director del laboratorio vení­an de la "escuela tradicional".

Lo que descubrió nuestra investigadora en el laboratorio contratado por Iams: la cámara de horrores de Iams

  • Perros tirados sobre un piso frí­o de concreto, después de que se les removieran pedazos grandes de músculo de sus muslos;
  • Perros y gatos que se han vuelto locos de encierro; perros y gatos viviendo en edificios sin ventanas que parecen calabozos;
  • Un compañero de trabajo que le indicó que golpeara a los perros en el pecho si dejaban de respirar; otro compañero de trabajo que contaba de un perro de Iams que fue hallado muerto en su jaula, sangrando por la boca;
  • Un perro que cojeaba de dolor por padecer de la enfermedad de Lyme;
  • Estudios crueles hechos por Iams que implican meter tubos por la garganta de los perros para obligarlos a tomar aceite vegetal;
  • Perros con una acumulación de sarro tan alta en sus dientes que comer les dolí­a;
  • Técnicos de veterinario con adiestramiento y experiencia inadecuados realizando procedimientos invasivos;
  • Compañeros de trabajo que hablaban de un gatito vivo que se fue por la cañerí­a del agua;
  • Compañeros de trabajo que hablaban de tener que irse para sus casas porque los gases de amonia en los contenedores de los animales eran tan fuertes que sus ojos ardí­an (¡Imagine ser uno de los animales dentro de esas jaulas!)
  • Gatos en un cuarto de ladrillos de escoria con tablas de madera de "sostén" que tení­an clavos por fuera; una de las tablas cayó sobre una gata, aplastándola y matándola, durante el tiempo que nuestra investigadora estaba allí­. No obstante el director del laboratorio no quitó las tablas cuando murió la gato, sino cuando se le informó que iban a inspeccionar el laboratorio, porque sabí­a que ese uso de las tablas es ilegal.

Texto original: http://www.iamscruelty.com/esp/iams.asp