Joan de Sagarra y olé

Hablemos, pues, de los toros, de los ayuntamientos que hacen proclamas, del cabreo taurino y de tu afición.

02 agosto 2004
Barcelona, España.

Artí­culo a destiempo, sin duda. Primero porqué hoy tocarí­a analizar los méritos (notorios, según parece) del Zapatero con vestido presidencial, superada la etapa del lí­der de la pancarta. Pero estoy en Chile, lejos del mundo, como dicen los chilenos, aunque tan cerca de mi educación sentimental... Ayer, pasando por el Estadio Nacional, ¡qué frí­o en el alma!, ¡qué extraña sensación de derrota!. Distintas entidades y la comunidad judí­a de Chile han tenido la excesiva idea de darme una distinción de honor el dí­a de la conmemoración del holocausto, distinción que ya recibió el Presidente Lagos, y que honora a personas que han luchado contra el antisemitismo. La distinción lleva el nombre de Javer Olam (“amigo del mundo”) y es uno de aquellos regalos inmerecidos que te dejan una cara entre bobalicona y encantada durante tiempo. Sin duda, feliz. Lejos, pues, del mundo que es mi mundo, aunque cerca de mundos que siempre fueron mí­os, la prudencia me obliga a escribir sobre los nuevos acontecimientos con más conocimiento de causa del que ahora tengo, así­ que esperaré.

A destiempo, también, porqué el tema del artí­culo llega con algo de retraso, ví­ctima de la alegrí­a de un sábado santero sin artí­culo. Pero ha sido un retraso benévolo, porqué por el camino, a la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de hacer una declaración antitaurina, se ha sumado el proyecto del Ayuntamiento de Lloret de derruir la plaza de toros y construir allí­ unos equipamientos. Será con el tiempo y seguro que con dificultades, pero será... Sin duda será... Y será, querido amigo Joan de Sagarra, porqué a pesar de los ardores taurinos que te conozco y que compartes con otros, lo vuestro es sencillamente caduco, por mucho que lo impregnéis de belleza salvaje, de liturgia del dolor o directamente de poesí­a. Inteligente como eres, y tan ilustrado como otros ilustrados amantes de las corridas, sabes bien como convertir un ejercicio de maldad pública en un fragmento literario. Pero no me sirve. Dirí­a más, lo que la literatura puede llegar a convertir en excelso, no implica que la vida lo mantenga en la misma categorí­a. Hay poesí­a del dolor que, sin palabras ni versos, se convierte en pura barbarie, desposeí­da de toda belleza. Mi querido amigo, la muerte solo es bella cuando la escribe Hemingway. Hablemos, pues, de los toros, de los ayuntamientos que hacen proclamas, del cabreo taurino y de tu afición. No entraré en los aspectos biográficos que cada cual pueda tener para amar las corridas. Entiendo perfectamente que uno no siempre es dueño de sus gustos, y menos si llegan sobrecargados de infancia, padres, fiesta y otras derivadas proustianas. Tampoco yo, estimado Joan, entiendo porqué me gusta la tonterí­a esta del futbol, y ya me ves, poseí­da por los demonios cuando nos golean los del blanco couché. Sin embargo, aceptarás conmigo que hay aficiones que no provocan más daño que el daño de perder el tiempo haciendo el imbécil, sin otra consecuencia trágica. No es así­ con los toros. Y me dirás que uso conceptos clásicos, pero ahí­ los tienes, en fila: los toros son un espectáculo basado en los instintos primarios, sin depuración civilizada, sin otra justificación que el gusto por la muerte, tan vinculados al machismo prehistórico, que ahí­ están los braguetones del toreo ilustrándonos con su depurado estilo ibérico. No creo que ni tu, ni ese otro amado divino llamado Sabina, podáis darme argumentos razonables para justificar tamaña barbaridad, más allá de las tonterí­as de la tradición y esas cosas. ¿Por qué me atrevo a una afirmación tan osada? Porqué tu y yo sospechamos que no tenéis ninguna posibilidad de racionalizar el orgasmo del instinto, sabiendo como sabemos que el instinto puede ser muy cruel.

Es una orgí­a de la crueldad. Institucionalizada, bien pagada con dinero público, perfectamente asentada en las posaderas de algunas de las fortunas más hirientes, gruesas e influyentes de la España goyesca, pero solo mantenida porqué hay sociedades que deciden vivir con su dosis diaria de maldad. Y porqué, querido amigo, más allá de tu afición y la de otros, esto se mantiene porqué hay mucho dinero rico detrás, porqué se trata de un lobby poderoso y porqué los polí­ticos estrechan las retaguardias cuando les aprietan según qué nombres y apellidos. Mucho más poder, dinero y estatus, que tradición, cultura u otras patrañas. ¿Cultura? La pobre es como Dios, la meten en cada fregado... ¿Tradición? Sin duda, tanto como tradicional era (y aún parece ser) iluminar la cara de la parienta con algún buen guantazo. Hay tradiciones que necesitan convertirse urgentemente en material antropológico. Creo que sabes que no milito en paripés patrios en cuestión de corridas. Lo mí­o no tiene nada que ver con la españolización de Cataluña a través del olé. En Cataluña tenemos la misma capacidad de barbarie que en cualquier otro territorio, y, respecto a los toros, acumulamos algunos deplorables hitos. ¿Qué te diré de los correbous ampostinos y otras torturas de nuestro sur catalaní­simo? No, mi colega, no es una cuestión catalana. Es una cuestión de dignidad, de tolerancia y de respeto. Y también es una cuestión de futuro. Porqué hay futuros colectivos que necesitan dibujarse reinventado pasados macabros.

El Ayuntamiento. Ya sé, solo ha sido un gesto simbólico, no puede legislar, es pura retórica... Lo que quieras. Pero solo con ver la cara que se le puso al presentador del programa de toros de la 2, tan amenazador él que llegó a decir que siempre habí­an existido enemigos de los toros y que siempre habí­an fracasado y fracasarí­an, el cuerpo nos quedó mejor a algunos. Las sociedades también avanzan cuando no temen a lo simbólico. Y este gesto simbólico viene cargado de posibilidades tangibles. Mira Lloret...

Las corridas de toros acabaran desapareciendo, por mucha chulerí­a que algunos mantengan en su poderí­o. Torres más altas han caí­do. Y acabaran desapareciendo porqué son un espectáculo de maldad, porqué están reñidos con la civilidad, porqué parten de una estética de sangre y porqué solo fomentan el instinto básico menos depurado. Son pura pedagogí­a de la intolerancia. Tanta intolerancia que llegan a mezclar la diversión con la tortura, el griterí­o de la masa con el grito de dolor del animal agónico, el aplauso con la muerte.

En fin. Disculpa tu nombre convertido en paradigma. Vives desacomplejadamente tu afición y de ello abuso. También sabes que te respeto. Pero no respeto tu gusto, a pesar de mi liberalidad en esa materia. Tu gusto implica el disgusto del buen gusto. Y, sobretodo, implica el repudio de la razón, cuando ésta bebe de las aguas de la bondad.

Saludos,

Pilar Rahola
Publicado en el diaro El Paí­s, Madrid

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