Tan solo en esta temporada que recién terminó, se celebraron 50 festejos en territorio norteamericano, una cifra extraordinaria si la comparamos con el medio millar que se celebran en México a lo largo de un año.
En el espectáculo taurino a la norteamericana, existen varias diferencias, la más importante es que las corridas son incruentas, es decir, los toros no sufren en el menor daño, no se pican, ni se sacrifican.
Otra, menos significativa, es que al inicio de cada festejo se rinden honores patrios.
El público acude en masa, y tiene la oportunidad de divertirse bailando mucho antes del paseíllo, a las afueras de la plaza de toros, donde además de música existen toda clase de comida española, portuguesa, mexicana y colombiana... Así como un museo donde se pueden apreciar toda clase de objetos que componen la historia de la fiesta brava en los Estados Unidos... cabezas de toros famoso, carteles, fotografías y trajes de luces.
En el espectáculo participan todos los géneros de la tauromaquia, desde los rejoneadores y toreros, hasta los valientes forcados, que sujetan al toro a cuerpo limpio.
Y además no sólo participa el sexo masculino, sino que también existe una rubia y guapa rejoneadora norteamericana.
Dos impresionantes bandas de música amenizan el espectáculo, una de marinos, y otra de estudiantes de high school...
Curiosamente los asistentes no son latinos en su mayoría, se trata de un público especialmente del norte de los Estados Unidos y Canadá, que escapan en esta época del año del intenso frío que azota aquella región del mundo.
El drama y el peligro no se ausenta de las plazas americanas, si no pregúntenle a los forcados gringos, que son quienes más sufren por la falta de castigo a los astados.
Para la lidia a caballo, al toro se le enfundan las astas con unas corneras de cuero, para que así, si alcanza al caballo, no le cause daño alguno.En cambio, el torero de a pie, sí tiene que enfrentarse al toro íntegramente.
Éste mismo profesional puede colocar banderillas, sólo que utilizando el mismo elemento de velcro, con el que se adhieren al toro.
Al final de la lidia, el toro es devuelto a los corrales, algunas veces guiado por un grupo de bueyes... en otras, con tan solo un capotazo.
La mayoría de los profesionales participantes son ciudadanos americanos, algunos con ascendencia latina, quienes enfrentan las dificultades propias para entrenarse en aquel país. Los toros, en cambio, son mexicanos, gracias a las ventajas sanitarias que tienen las reses de este lado del Río Bravo. Tan sólo la ganadería de El Colmenar, exportó el año pasado 100 cabezas de ganado.
Así ha sido de impresionante la temporada invernal taurina norteamericana, quienes, ya sólo eso faltaba, nos pusieran la muestra organizando corridas de toros.
Suzie Cruz
GRUPO NATURANIMALES
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