Zoológico, ¿para quién?

Han pasado tan sólo ocho meses y volví­ al zoológico de La Paz de paseo. ¡Qué emoción al llegar a Mallasa y pasar por la entrada principal! Todaví­a hay personas que conozco. Me parece estar de vuelta “en casa”. Sin embargo, la felicidad pronto desaparece y deja lugar a la tristeza y a una sensación de vací­o. Caminando por los predios del zoológico busco con ansiedad a los compañeros de tantos dí­as, a los desafortunados prisioneros, es decir, a los animales que han sido sacados de su ambiente por la ignorancia y la avidez del hombre. Antonia, la zorrita; Dunkall, el ocelote; los leones Waro, César y Pancho; el puma, la paraba rosada, los loritos, las vicuñas y los otros camélidos andinos; los monos araña y los capuchinos; los búhos, las serpientes y las silenciosas tortugas, cuyo sufrimiento pasa desapercibido, huéspedes ilustres y otros no tanto (tampoco los animales son iguales, como decí­a Jorge Orwell), y faltan muchos otros animales que ni siquiera serán mencionados en esta pequeña lista.

Nadie se acordará de ellos, su sacrificio no será de ninguna utilidad en el ámbito cientí­fico o educativo, no mejorará los destinos de los futuros reclusos, no sensibilizará a los visitantes que los tratan como payasos ni a los polí­ticos y administrativos que consideran al zoológico como su espacio de caza (no sólo de animales, también de votos).

Muchos animales simplemente han desaparecido sin dejar ningún rastro, sin que exista un acta de muerte, una anotación o compilación de datos o un cuerpo taxidermizado para las colecciones cientí­ficas. Han desaparecido de un dí­a a otro, enterrados rápidamente o tirados en el botadero de basura que existe atrás del Zoo. Cuántas muertes inútiles y sin explicación…

Estos mismos animales “desechables” se categorizan según la ley de la República de Bolivia como patrimonio de la nación, por lo que tienen derecho a protección. ¿Quién cuida de este patrimonio? ¿Quién cuida de la rica biodiversidad de Bolivia?

¿Quién cuida y garantiza el seguimiento legal de los funcionarios públicos que no cumplieron con su compromiso moral y de trabajo y que no conocen las leyes del hombre y de la naturaleza? ¿Acaso el Gobierno Municipal? ¿Acaso el Colegio Veterinario? ¿Acaso las Sociedades Protectoras de Animales? ¿O el Viceministerio de Medio Ambiente? ¿Tal vez la sociedad civil? La impunidad es el peor antecedente jurí­dico que podemos crear, puesto que le quitamos fuerza y obligatoriedad a la ley, desaparece su función de prevención social.

La amargura no termina aquí­. En pocos meses, el zoológico de La Paz sufrió el cambio de tres directores y del veterinario. Los guarda faunas que trabajan directamente con los animales tal vez padecerán la misma suerte. Se habí­an tramitado muchas donaciones para construir nuevas jaulas para los animales, espacios mayores que cumplan los requisitos mí­nimos de cada especie. También se estaban armando proyectos cientí­ficos coordinados por la UMSA (carrera de Biologí­a) para educación, investigación cientí­fica, voluntariado, intercambio de animales en excedencia y esterilización de animales que se reproducen de manera descontrolada.

En fin, hablamos de todas las actividades que se consideran básicas, obligatorias e indispensables para que un zoológico sea digno de llamarse tal. En dicha situación de inestabilidad, falta de compromiso, responsabilidad, capacitación y transparencia, falta un programa de trabajo. Es imposible realizar o imaginar algo bueno; es imposible recibir y canalizar ayudas porque falta un interlocutor serio y confiable.

El zoológico de La Paz no cumple con ninguno de los objetivos que le corresponden, según la Estrategia Mundial de Conservación en los Zoológicos, documento de 1992 actualizado en 2000, puesto que no educa, no conserva y no investiga. Tampoco cumple con el rol de recreación, porque, más allá de ser el único espacio verde de esparcimiento de la ciudad, no ofrece una imagen positiva y por ende agradable o armoniosa, con respecto al estado de cautiverio de los animales. Manejar un zoológico no es un trabajo de improvisación. La tasa de mortandad de los animales es la prueba de esto, así­ como de las pobres condiciones de cautiverio.

Muchos amigos de tantas luchas o simplemente personas que han ayudado al zoológico en estos años, sean ellos bolivianos o extranjeros, me siguen preguntando en estos dí­as qué pueden hacer para ayudar como lo hací­an antes, quiénes deberán coordinar esto con ellos y, más aún, cómo asegurar el futuro de los inocentes animales que pagan los errores de los hombres. Lastimosamente no hay respuestas.

Las cosas deben cambiar. El zoológico debe ser manejado de una manera cientí­fica, con un Plan Maestro, por personas honestas y competentes, con programa de manejo de los animales, medicina preventiva y trabajo de educación y sensibilización con el público. De no ser así­, hay que hacer presión nacional e internacional para que todos los zoológicos de Bolivia se cierren y los animales terminen sus dí­as de cautiverio en condiciones más dignas.

“El nivel de civilización de un paí­s se mide por la manera en que trata a sus animales”, decí­a Ghandi.

Francesca Bernabei Mariani
Fue responsable de Cooperación de la Delegación de la Unión Europea, y actualmente es corresponsal en Brasil para AnimaNaturalis.