Mientras hoy unos abogan por la supresión de la lidia, otros apelan a la raigambre de la tradición. En mi opinión, la fiesta debería abolirse y baso esta pretensión en las siguientes razones:

El toro sí sufre durante las corridas. Podemos aproximarnos al dolor de otros seres vivos determinando si rechazan ciertas situaciones, menoscaban su salud o producen estrés.

Al no poder huir, el toro no puede expresar su rechazo a la lidia. Le sigue la abundante hemorragia y los desgarros producidos por la puya y las banderillas en músculos, nervios y huesos, hasta que las repetidas estocadas y el consiguiente encharcamiento pulmonar y asfixia acaban con su vida. La alta producción en esos momentos de muy altos niveles de beta-endorfinas (opioideos cerebrales de efecto analgésico) revelan su dolor. Se añaden las lesiones del mediador neurológico y del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, la insuficiencia adrenal, hipoxia, parálisis y estrés (alarma, resistencia, agotamiento), que afectarán al animal durante la captura, transporte, estabulación, manipulación y lidia.

El toro no disfruta de una especial buena vida ni de una muerte digna. Como el cerdo ibérico lleva en la dehesa la mejor vida para producir buenos jamones, las condiciones del toro en el campo son las elegidas por el ganadero para su uso en la plaza. Si el trato fuera excepcionalmente bueno, la morbidez hallada en los toros lidiados sería inferior a la de otros animales sacrificados y no parece serlo. En el concepto de muerte digna, no cabe el morir acuchillado en un espectáculo, sino ser bien tratado hasta el último momento, evitándose el sufrimiento. ¿Qué hacer además con la picaresca del afeitado de los cuernos, la irritación de las pezuñas o las purgas debilitantes?

La supresión de la lidia no implica la extinción del toro bravo ni de su hábitat. Hoy, ambos se conservan con fines económicos y, de suprimirse la fiesta serían conservados, como lo son otros ecosistemas y razas de bovinos, incluido el uro primigenio.

El sufrimiento de los humanos y otros seres no justifica la tortura del toro en la plaza. ¿Puede el dolor de unos justificar el sufrimiento de otros, o no convendría más bien intentar erradicar el de todos ellos? Ocuparnos ante todo del sufrimiento de otros seres humanos no es pretexto para continuar produciendo dolor en los animales. Así lo entendieron los abolicionistas Jeremy Bentham y Henry Salt, esperanzados en el buen trato a nuestros esclavos animales.

La existencia de otros espectáculos agresivos no disculpa la agresión en la lidia. ¿Tomaremos ejemplo de la violencia televisiva o del espectáculo de dos púgiles golpeándose en el ring, o nos ocuparemos de las formas de agresión de las que sí somos responsables, entre ellas la dirigida hacia los animales?

El aspecto artístico y tradicional de la lidia no justifica su componente sádico. La lidia puede quizá expresar un cierto sentimiento heroico de la vida y algunos experimentan una emoción estética en el ambiente colorista de la plaza. Para muchos otros, esa emoción la anulan los mugidos y jadeos del animal desesperado y los chorros y vómitos de sangre.
La machacona alabanza de la fiesta en prensa, radio y televisión habitúa desde la infancia al ciudadano, quien llega a no ver al toro como un ser que siente. Hasta las instituciones del Estado participan en este embotamiento, subvencionando o asistiendo sus cabezas visibles a las corridas.

La lidia no es una seña adecuada de identidad de España. No todas las regiones españolas se identifican con la lidia y, en todas ellas, muchos ciudadanos no consideramos que la lidia nos represente.

Hemos eliminado algunos de los usos más dañinos de nuestros antepasados, ¿seguiremos ciegamente todas nuestras tradiciones? La población no está dispuesta a ello: al 72% de los españoles, no les interesa la fiesta (frente al 55% en la década de 1970), porcentaje que se incrementa entre los jóvenes (81-82%) y las mujeres (79%).

El beneficio económico de la lidia está manchado de sangre. Justificar el espectáculo del sufrimiento con el beneficio económico es enormemente inmoral. La campaña a favor de la lidia está a cargo de críticos taurinos, ganaderos, toreros y empresarios. ¿No es de lo más natural que ellos promuevan las corridas?

La oposición a la lidia ha sido una constante en la historia de España. Isabel la Católica, Lope de Vega, Tirso de Molina y Quevedo mostraron su aversión a la lidia. Para los ilustrados, la fiesta era bárbara, sangrienta y cruel, y varios reyes borbones la prohibieron. Su restauración por José I y Fernando VII fue fuertemente protestada. A los taurófobos escritores del 98 les siguió el afán taurino de los poetas del 27, deslumbrados por el enfrentamiento hombre-animal, y Ferrater Mora era la discordante voz antitaurina en la dictadura.

Si la lidia ha iluminado grandes obras pictóricas y poéticas, fue mayúsculo en sus autores el olvido del toro, sacrificado a sus entelequias. En contrapartida, se han manifestado respecto a ella como fiesta bárbara de desprecio al animal figuras extranjeras y de cultura ibérica. Entre las últimas, Balmes, Campomanes, Jovellanos, Blanco White, Larra, Joaquín Costa, Pío Baroja, Caro Baroja, Jacinto Benavente, Leopoldo Alas, Ramón y Cajal, Unamuno, Gregorio Marañón, Sorozábal, Ferrater Mora, Francisco Umbral, Haro Tecglen, Rodríguez de la Fuente, Salvador Pániker, Esperanza Guisán, Eduard Punset, Rosa Montero, Lucía Etxebarria, Muñoz Molina, Jesús Mosterín, Manuel Vicent y Saramago.

Con el nuevo siglo y en la Unión Europea, España está mostrando gran sensibilidad en diversos campos. ¿Negaremos al toro nuestra generosidad?


Fernando Álvarez es etólogo, profesor de investigación (CSIC, Estación Biológica de Doñana).