A continuación ofrecemos algunos párrafos del libro 'Lidia sin cuernos', publicado en 1950 (Editorial Católica Española S.A., Sevilla). En él se describe el cómo, el porqué y el quiénes afeitan a los toros bravos, además de otras aberraciones. Esperamos que su elctura ayude a esclarecer las mentiras con las que los taurinos tratan de proteger su tradición, declarandola cultural, valiente y brava.

 

Cuando en la prueba de caballos hay uno que mantiene aún viva su sangre, que no está esquelético, como suelen salir a los ruedos, los picadores, en más de una ocasión han pinchado el pulmón del animal, introduciendo una larga aguja entre las costillas de éste. Este pinchazo ha provocado una hemorragia interna y ésta ha congestionado el pulmón del caballo. Así­ se ha producido una fiebre que ha mantenido al caballo en un estado de semiinconsciencia cuando el toro ha arrancado hacia él. Estos han sido esos momentos en que los espectadores reparan cómo el caballo se abre de patas y se afianza en el suelo. Pero esto lo hace porque por enfermo se siente imposibilitado para encabritarse, lanzar al jinete y huir, que es a lo que por impulso natural de su instinto de conservación tiende el caballo siempre.

En otras ocasiones ha sido la morfina inyectada la que ha producido el estado de semiinconsciencia en el animal, y como se ve, siempre el truco actúa a favor del individuo para defensa de su integridad, que es lo que por lo visto a toda costa defienden.

Podrí­a seguir contando cosas de las múltiples que en contra de lo que debe hacerse se realiza en el patio de caballos, para después, en el ruedo, cobrar esos puyazos barrenando y consiguiendo meter una cuarta de palo; pero es tan triste, tan lastimoso decir lo que le hacen a un caballo... que redimo a los lectores de esta penosa descripción.

Hoy todo está contaminado. El contagio, por degeneración de las formas de la Fiesta y por deformación de los conceptos de los que en torno a ella viven, ha creado este mundo taurino actual...

Hay quien cree que es lo mismo, pero no es igual arreglar un toro... que afeitarlo tres dí­as antes de ser lidiado, partirle el cuello y los riñones durante la operación y tenerlo a dieta absoluta para que en vez de un toro salga un despojo por la puerta de toriles...

..entonces nadie tení­a la ocurrencia de cortarles los cuernos el dí­a antes de la corrida por la noche; entonces no tiraban sacos de arena sobre los riñones de los toros y no se hací­an tantas barbaridades como se realizan contra el pobre animal, con el solo propósito de restarle fuerzas en pro del lucimiento del torero.

El afeitar los toros requiere una serie de operaciones que han de ser meticulosamente observadas por quien realice esta operación... Fijado el toro e imposibilitado, entra en juego el serrucho. Se le corta un centí­metro, o dos, o tres; depende de la dimensión del cuerno. Después, con una navaja, se afila el cuerno del toro, comenzando por la punta y buscando la inclinación del asta que acaba siempre en cero la lasca levantada, al irse la cuchilla aproximando a la mazorca... Después se emplea la escofina para redondear la punta... Más tarde se emplea la lima... y finalmente el esmeril... y por último se le unta cera con un paño o, en su defecto, grasa del cajón del toro... Un puñado de tierra, finalmente, ensucia el asta arreglada, que da la impresión de que es la original del toro.

Hay ocasiones en que el afeitado se complica, porque el fí­garo, por afán de cortar el máximo de defensa al toro, llega al macho. Este es el momento en que se produce una gran hemorragia, que se ataja con un trozo de madera introducido en el pitón a golpe de mazo. Este trozo de madera es lo que al final simula la punta del asta, que como después se camufla con cera o grasa, ofrece las mismas caracterí­sticas que el final del apéndice del toro.

Así­, pues, se encuentra en la actualidad la Fiesta. Hay un tinglado perfectamente organizado para acabar con el toro y proyectar con hechura de gigante la figura taurina que es enana..."

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