Y tú, ¿en qué bando estás?

Soy Palma Bejarano Rey y tengo 13 años, pero os aseguro que mi corta edad no afecta en absoluto a mi capacidad para expresar lo que siento por los animales.

01 marzo 2022
San Roque, España.

Hoy es una mañana especial, de esas que seguramente recordaré con entusiasmo a lo largo de los años, como cuando se te cae el primer diente, como cuando pisas la primera vez la arena de la playa con los pies descalzos, como cuando por primera vez coges un bichito en la mano, lo observas y decides dejarlo ir. Porque es en ese momento cuando decides tu bando, decides desde cuál de los dos lados participarás en la vida: aquí no hay colores grises, ni beiges ni azules tan profundos como el universo. Aquí solo existen el blanco o el negro. Y debes decidir cuál será tu bando: el de los malos o el de los buenos, pero siempre sabiendo que no eres más bueno por respetar a todos los seres que te rodean, sino que simplemente serás PERSONA, con todas sus letras y en mayúscula.

Soy Palma Bejarano Rey y tengo 13 años, pero os aseguro que mi corta edad no afecta en absoluto a mi capacidad para expresar lo que siento por los animales.

Tengo que agradecer a Francisco Vásquez Neira, cofundador y presidente de AnimaNaturalis Internacional que me dé esta oportunidad de escribir en este blog, pues conozco a bastantes adultos realmente tacaños en prestar -aunque sea un poquito- de voz a una niña o niño. Y aunque vivimos bastante lejos, la lucha por defender los derechos de los animales ha unido nuestras manos y, agarrando la suya, estaré hablando por aquí sobre mis sentimientos por los animales, mi propia experiencia en este tema y sobre la pasión que me hace luchar cada día por conseguir lo que quiero: libertad, respeto y derechos para los animales.

Lo que me hace levantar cada día

Porque es esto lo que me hace levantarme cada día y en lo que pienso al acostarme cada noche y no pienso rendirme hasta conseguir que el mundo lo entienda. Creo que de este modo, al escribir en este blog, podré hacer llegar a más jóvenes lo que siento y, con toda la esperanza que pueda acarrear en mi espalda, hacerles -cuanto menos- pensar qué más podemos hacer por ellos.

Mi madre suele decirme que mi defensa por los animales empezó un día cuando, a mis 5 años de edad, le dije a mis padres que no quería volver a pisar un zoológico ni ningún sitio donde los animales estuvieran encerrados.

A los 5 años no cambié por arte de magia

De pequeña, mis padres solían llevarme muy a menudo a zoológicos, al Selwo Marina, al Selwo Aventura… etc. Yo siempre he adorado los animales, todo tipo de animales. He tenido tortugas, patos, conejos, pájaros, pollitos, perros, gatos… y es que los adoptábamos de pequeños del zoológico y cuando crecían los devolvíamos a este. A pesar de mi amor por los animales, siempre me preguntaba por qué los animales estaban dentro de esas cercas de metal y no podían salir a su antojo, por qué no podían correr libres por su hábitat o pasar tiempo con sus familias en su entorno natural como yo lo hacía y un día, ese sentimiento escondido en el fondo de mi corazón salió a la luz. No es que a los 5 años mi opinión cambiara por arte de magia, es que siempre había pensado así.

Desde siempre, cuando caminaba de la mano de mi madre por la calle y veía una fila de hormigas cruzando por delante, mi primer instinto era el de pasar con cuidado para no hacerles daño, no el de pisotearlas sin ninguna razón, porque no la había. Para mi sorpresa, el resto de niños/as de mi edad no pensaba igual, lo que derivaba a muchas peleas.

Durante los 13 años que llevo de vida, no sabéis la cantidad de veces que he tenido que soportar situaciones en las que mis compañeros/as han matado hormigas solo por que sí o incluso para molestarme, sabiendo que era lo que yo más odiaba del mundo. Cuando se enfadaban conmigo, en lugar de destrozarme los legos o tirarme del pelo, ellos mataban a algún insecto. Era su forma de hacerme enfadar y, siendo sincera, lo conseguían.

Fue así como a los 5 años empezó mi lucha por conseguir que la gente respetara a todo tipo de seres vivos, que entendieran el coraje que sentía por dentro cada vez que alguien mataba un mosquito delante de mí y que los animales tuvieran la misma libertad y los mismos derechos que un ser humano.

A los 7 años empecé a escribirle cartas al alcalde

Mi pasión por los animales y sus derechos no disminuyó con el paso del tiempo, sino que por el contrario, aumentó con mi edad. Así pues, a los 7 años empecé a escribirle cartas al alcalde de Algeciras, mi ciudad, con el propósito de que prohibiera los circos con animales salvajes. Tras dos años insistiendo, el alcalde decidió organizar una reunión conmigo.

Recuerdo aquella reunión como si fuera ayer. Entramos mi madre y yo en su imponente despacho y, al principio, él se dirigía todo el rato a mi madre en vez de a mí. Tras repetirle ella varias veces que era yo quien había venido a hablar con él y sentarse ella en una sillita en un rincón, el Sr. Alcalde comenzó hablarme como a una niña pequeña, no le culpo pues así era como se me veía desde fuera. De una forma pausada me detalló cómo el Ayuntamiento cuidaba a los animales de la ciudad: "le damos de comer a las palomitas, cuidamos de los gatitos y perritos callejeros" y terminó con el cuento aprendido (donde sólo los hombres comen perdices, de las cobardemente cazadas) de que los "animalitos" en los circos estaban en muy buenas condiciones… y yo esperé pacientemente a que acabara... y dice mi madre que me observaba desde lejos que yo parecía un dibujo de cómic, a punto de echar fuego por las orejas.

Cuando por fin llegó mi turno, fue él quien se convirtió en un dibujo animado, de esos en los que se ve cómo lentamente se le va abriendo la boca y la mandíbula inferior llega hasta el suelo. Yo días antes había contactado con la organización Infocircos y me había preparado absolutamente todo. Ellos me habían informado de todas las leyes de la comunidad europea sobre los derechos de los animales, de todas las ciudades europeas que ya habían prohibido los circos con animales salvajes y de las subvenciones del gobierno a los circos con animales que cesarían en pocos años. Y me lo había aprendido todito de memoria. Fue entonces, como si le dieran al play a una grabadora, que empecé a hablarle sobre todo esto y al Sr Alcalde se le cayó la boca al suelo... creo yo que de la sorpresa.

La reunión terminó -como ya habréis supuesto- casi de forma inmediata después de mi charla y con el alcalde balbuceando la promesa de que durante el verano estudiaría mi propuesta. La verdad es que no sé qué forma de medir el tiempo tendrá el Sr Alcalde, tal vez se base en la teoría de la relatividad de Einstein o lo mismo se fue de viaje cerca de un agujero negro unos días más tarde, pero estoy segura de que no percibe el tiempo de la misma forma que yo. Para él todavía no ha terminado el verano y para mí ya pasaron cerca de cuatros años.

El mundo pierde demasiado el tiempo

En mi opinión, el mundo pierde demasiado tiempo. El tiempo es lo más importante que tenemos en nuestras vidas y también lo que más malgastamos. Y no entiendo cómo el ser humano a medida que va haciéndose mayor y que menos tiempo posee, más deja de valorarlo. Al contrario que nosotras, las personas jóvenes, que parece que tenemos un countdown en la frente y lo queremos todo ya, como si se nos fuera la vida en ello.

Si el mundo usara un 1% del tiempo que pasan discutiendo por cosas sin sentido en intentar entender cómo se sienten los animales, si usaran ese 1% en ACTUAR en lugar de hablar, estoy segura que se produciría un gran cambio. Porque la verdad es que la gran mayoría de las personas no matan a un mosquito o pisotean a un escarabajo por poseer una oscura maldad, (bueno... algunos saben perfectamente lo que hacen y les da exactamente igual), pero generalmente o no lo entienden o nadie les ha enseñado que los animales también sienten, que están vivos, que crían, que comen, que viven en comunidades y que tienen sentimientos, más parecidos o menos parecidos a los nuestros, pero en ninguna forma son objetos que podamos manejar a nuestro antojo, pues NO somos superiores, no somos dioses inventados en este mundo y no tenemos derecho a decidir a quién o a qué dañar, matar o esclavizar cuando queramos. Cualquier otra cosa es prepotencia y egocentrismo. Es blanco o negro, como escribí al principio…

Y tú, ¿en qué bando estás?

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