Insignificante

Tengo la palabra “insignificante” ronroneando mi cabeza, constantemente, como el sonido de un martillo golpeando acompasado a lo lejos, como el ruido de una canica rebotando en el suelo eternamente.

22 julio 2022
San Roque, España.

En los días que llevo de verano (el colegio lo terminé el 1 de julio) tengo la palabra “insignificante” ronroneando mi cabeza, constantemente, como el sonido de un martillo golpeando acompasado a lo lejos, como el ruido de una canica rebotando en el suelo eternamente.

Seguro que alguna vez les pasó algo parecido con una melodía que vuelve una y otra vez a su mente o como la imagen de una mirada compasiva que en algún momento les reconfortó el alma. 

Pero mi palabra, que además se jacta de ser poderosa por ir cargada de letras, se ha instalado tan ancha y tan pancha entre mis neuronas como si de un resort de veraneo se tratara: me acompaña a la piscina, me acompaña al jardín cuando me siento a leer, me acompaña en mis ratos de risas con mis amigas y me acompaña cada vez que observo alguna vulneración a los derechos de los animales, observación que sucede constantemente cada vez que pongo un pie fuera de mi casa. 

Y no exagero, no. Porque estamos rodeados de animales, en casi cada momento del día, pues aunque muchos de los humanos que patalean, escupen, defecan, ensucian y maltratan este planeta no lo saben: los insectos también son animales. 

Y por ahí van, jactanciosos y engreídos, creyéndose dioses inmortales, y alimentando un ego corrompido cada vez que pisotean una araña o una hormiga, cada vez que aplastan una mosca o una abeja, “¿y qué importa?” piensan, “son insignificantes”.

La normalización de que algunas vidas importan menos

Y está tan normalizado este tipo de matar y asesinar que ni nos inmutamos, ni nos escandalizamos, ni nos recorre un escalofrío por el cuerpo, ni nos regaña nuestra conciencia (a la que tenemos bien aleccionada), ni se nos ensombrece nuestra sonrisa, ni se nos escapa una mísera lágrima, ni le dedicamos un segundo de nuestro tiempo. Matamos y asesinamos constantemente, pero son vidas insignificantes. 

Estaba hace unos días nadando en una piscina pública. Había pocas personas en el agua por lo que los dos socorristas (un chico y una chica) estaban de conversaciones y de risas. De pronto una arañita comenzó a subir por la torre del socorrista y éste cogió el tapón de una botella y la aplastó. No se lo pensó. Fue casi instintivo como todo aquello a lo que nuestro cerebro está acostumbrado a hacer a diario. Yo estaba en ese momento al lado, atónita, mientras la rabia me subía desde la punta de los pies a la cabeza, como en esos dibujos animados en los que casi se puede ver humo  saliendo entre los pelos. Me dirigí a ellos y les dije: “Perdona, pero los insectos no se matan. La coges y la echas al césped.” Ellos, tan arrogantes como esos adultos PeterPanizados, que aunque me doblan la edad, tan sólo tienen una neurona en el cerebro frente a un espejo infinito (como los de Yayoi Kusama aunque negados de la brillantez de la artista) me miraron con cierta soberbia y suficiencia. Y como no podía ser de otra forma, contestaron la siguiente estupidez: “Es que a ella le dan miedo”  (señalando a la chica socorrista). Y no quise entrar en marchito machismo de él, que se pensó que andaba salvando a princesas matando dragones, por lo que los miré y les contesté: "¿Ah, sí? y si le da miedo un niño ¿qué haces? ¿lo matas también?” 

Ellos no me contestaron, se giraron entre risas y así siguieron un rato cuchicheando, mientras de vez en cuando volteaban la cabeza, a compás, buscándome. No me  preocupa, pues es una técnica que ya conozco bien y que usan a la perfección los acosadores y los narcisistas. Es una forma de intentar intimidarte socialmente, haciéndote sentir excluida del grupo fuerte. Pero no es más que una técnica cobarde, diseñada por cobardes. 

Y la vida siguió y ayer seguramente murieron millones de insectos asesinados en todo el mundo. Pero eran seres insignificantes.

La importancia de los insectos

Pues deben de saber que un estudio publicado en la Revista Académica Biological Conservation nos dice que más del 40% de las especies de insectos están en peligro de extinción, que a la velocidad en que están desapareciendo los insectos es ocho veces mayor que la de los mamíferos, aves y reptiles, que en los últimos 25 años hemos perdido el 2,5% de los insectos anualmente y si se sigue así, señala The Guardian Sánchez-Bayo: “En 10 años tendremos un cuarto menos de insectos, en 50 años quedará solo la mitad y en 100 años habrán desaparecido”. 

Y entonces ya no serán insignificantes porque los insectos mantienen el suelo saludable; porque son el centro de la cadena alimenticia; porque su desaparición causaría una catástrofe en el ecosistema ya que el 80% de las plantas de nuestro planeta desaparecerían, porque los principales animales que se alimentan de ellos: peces, aves y anfibios, morirán de hambre y porque, sin lugar a dudas, pondría en peligro la continuidad de la especie humana. 

Así que si siguen pareciéndote insignificantes, cada vez que saques tu lado asesino y mires a una hormiga, abeja, mosquito, araña, escarabajo y mil etc, acuérdate que te la estás jugando, sí tú, el valiente que se atreve con seres minúsculos, y que no estoy hablando de 500 o 1000 años para que la raza humana desaparezca y que como a ti, chaval, no te toca, pues ni te va ni te viene. No, estoy hablando de 20, 30 años, y que si andas con un poco de suerte aún estarás por aquí con un cartelito en tu neurona y en tu espejo que dirá: “Yo también tomé parte extinguiendo a seres insignificantes” .

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