Lorca, duendes y toros

Lorca no contaba con la posibilidad de que existieran diferentes clases de duendes cada vez que afirmaba que en la tauromaquia se podí­a apreciar la influencia de la magia del duende.

27 enero 2017
Barcelona, España.

Sin duda, Lorca  no contaba con la posibilidad de que existieran diferentes clases de duendes  cada vez que afirmaba que en la tauromaquia se podí­a apreciar la influencia de la magia del duende, sobretodo cuando el que lidiaba al toro era un muy enduendado torero. 

España es el único paí­s donde la muerte es el espectáculo nacional y es en esta fiesta de clarinetes, capotes y estoques, donde, afirma Federico Garcí­a Lorca, donde el duende adquiere sus acentos más impresionantes. "Porque tiene que luchar, - dice - por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometrí­a, con la medida, base fundamental de la fiesta".

Se dice que el duende es un niño que murió sin ser bautizado o un niño malo que golpeó a su madre. Otros dicen que los duendes provienen de los ángeles y son hermanos de las hadas. ¿A qué tipo de duende se referirí­a Lorca cuando hablaba de esa magia, esa vibración que han sentido los artistas en muchos momentos de su vida, y que se materializó en las mejores obras de arte?

Habla siempre, eso sí­, de un duende relacionado con la muerte, que se encuentra en la sangre, en lo más hondo de nuestro ser. Es alguien que nos posee desde dentro, y no desde fuera como hacen las musas o los ángeles que inspiraban a los grandes pintores y escultores italianos y franceses.

Tal vez sea verdad que los buenos toreros tienen duende, y no dudo que en sus momentos de esplendor hagan vibrar y emocionen al público y a ellos mismos. Pero los duendes, habiéndose comprobado que nos poseen por completo en un profundo éxtasis de inspiración sublime, necesitan del control y el cuidado de las musas y los ángeles, para que nos guí­en y derramen su gracia.

Pero Lorca propone rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa. Y eso son los toreros, efectivamente: seres poseí­dos por un duende perverso que persigue la muerte hasta el último soplo de vida, de quién sea que vaya a morir.

Al duende le gusta merodear la muerte o la posibilidad de muerte. Es travieso y le gusta jugar y esconderse en la oscuridad, disfrazarse de malo y simular matar o ser matado. Pero cuando el juego va más allá y finalmente la obra culmina con la muerte real de un ser vivo, el duende llora, y finalmente muere. Hay que recordar que los duendes son niños, a quienes gustan los bordes del pozo, como dice Lorca, pero yo dudo que quieran caer en él.

El duende en los toros es un duende perverso y macabro, manchado de sangre y completamente absorbido por una brutalidad abrasadora, un niño abandonado sin familia con quien ni musas ni ángeles quieren ya jugar. Un duende enloquecido que supera el lí­mite y sin horizonte, perdido entre las más oscuras entrañas de seres humanos e inhumanos.

A mi parecer, el arte se caracteriza precisamente por ese constante flirteo con el lí­mite, pero nunca lo traspasa.

El duende que hizo hervir la sangre de Leonardo para crear pintura y de Becker para crear poesí­a no puede ser el mismo que lleva a un mal nombrado artista a destruir y corromper la vida, aún cuando esa creación de la muerte, es decir, la aniquilación, provoque emociones y haga sentir vivos los corazones de aquellos que normalmente nunca sentirán similar emoción ante las obras de Caravaggio, Boticelli o Van Gogh, y mucho menos con Matisse, Kandinsky o John Cage.

A los que les llega la emoción del duende de la sangre y de la muerte quedaron de por vida tristemente insensibilizados ante las vibraciones más sutiles pero verdaderas del duende del arte que aspira a ser una continuación de la naturaleza, la vida y la creación, y no una interrupción de esta.

España es un paí­s de muerte y abierto a la muerte, dice Lorca, no sin toques de cierto orgullo nacional, al ser junto con México el único paí­s "donde el chiste y la contemplación silenciosa de la muerte son familiares a los españoles". Donde matar puede llegar a ser considerado arte, y disfrutar con ello, ser la máxima expresión de la sensibilidad.

Si todo esto es cierto, si es un duende el que impera en la sangre de los toreros y no un demonio, debo admitir, pues, que España está poseí­da por una oleada negra y oscura que emborrachó y ahogó los corazones de sus habitantes, sumiéndolos en la creencia de que matar toros podí­a ser arte.

El duende ama el borde, la herida. Se encarga de hacer sufrir por medio del drama, como en el baile español, y como en los toros, dice Lorca. Pero en el baile español, como en otras formas artí­sticas como la música, el teatro, la pintura... el sufrimiento es alegórico y mental, es poesí­a siempre. En los toros el sufrimiento es real y es por ello que despierta a la vez el sufrimiento del público, no porque haya duende necesariamente, y aún menos arte, sino porque en efecto se trata de la muerte en persona, que embriaga los corazones de todos aquellos quienes la están observando.

"España es un paí­s de muerte y abierto a la muerte", dice. Supongo que lo que Lorca querí­a decir con "abierto a la muerte" es que en España se observa a la dama de negro actuar desde una posición cobarde y lejana.

Que España sea un paí­s de muerte, eso sí­. Y con un duende totalmente pervertido.

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