Estudio estima en más de 171 mil millones la cantidad de peces que son sacrificados cada año en piscifactorías

Mientras 124 mil millones de peces mueren al año en piscifactorías bajo condiciones de tortura sistémica, la industria los reduce a "biomasa" para invisibilizar su sufrimiento. La ciencia confirma su sintiencia, pero el 72% carece de protección legal en el sacrificio. La FAO es cómplice al omitir el conteo por individuos.

06 febrero 2023
Madrid, España.

La industria de la acuicultura, esconde tras sus redes, jaulas y tanques una realidad de sufrimiento animal tan vasta que desafía la comprensión y la decencia humana. El estudio publicado por Cambridge University Press en febrero de 2023, "Estimating global numbers of farmed fishes killed for food annually from 1990 to 2019", nos confronta con cifras que deberían resonar como una alarma ensordecedora en la conciencia colectiva. En el año 2019, se estima que un rango de entre 78 y 171 mil millones de peces de aleta (con una cifra media escalofriante de 124 mil millones) fueron sacrificados en las piscifactorías de todo el mundo. Este número, ya de por sí inconcebible, no solo empequeñece los ya masivos 80 mil millones de aves y mamíferos terrestres sacrificados anualmente para la alimentación humana, sino que también evidencia una tendencia aterradora: la producción se ha multiplicado por nueve desde 1990. Es crucial comprender la magnitud de esta estadística: no incluye las ingentes "mortalidades durante la cría" – eufemismo para los peces que mueren prematuramente debido a las pésimas condiciones, enfermedades, estrés o canibalismo inducido por el entorno – ni aquellos millones de toneladas de peces capturados en estado salvaje y los criados específicamente para ser convertidos en harina y aceite de pescado, ingredientes principales en la dieta de muchos peces de piscifactoría, perpetuando un ciclo de explotación insostenible y éticamente cuestionable.

La producción global de peces de aleta de piscifactoría ha experimentado una expansión exponencial, pasando de unas modestas 9 millones de toneladas en 1990 a unas colosales 56 millones de toneladas en 2019. No obstante, y aquí reside una de las claves de su invisibilidad y de la indiferencia generalizada, esta vasta producción se sigue cuantificando predominantemente en términos de biomasa (toneladas) en lugar de en número de individuos. Esta práctica contrasta flagrantemente con la forma en que se contabilizan los mamíferos y aves de granja, cuyas vidas, aunque a menudo igualmente trágicas, al menos se reconocen numéricamente como unidades individuales. Esta despersonalización numérica, esta reducción de seres sintientes a mera "materia prima", contribuye de manera significativa a la perniciosa percepción de los peces más como una "cosecha" inerte que como individuos con la capacidad intrínseca de sentir y sufrir.

"Medir vidas sintientes en toneladas no es solo técnico: es una estrategia para convertir el sufrimiento en mercancía anónima. Cada pez es un individuo que agoniza en redes superpobladas, pero la industria los borra contabilizando cadáveres, no seres vivos", declara Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España.

La vida dentro de una piscifactoría intensiva es, para la abrumadora mayoría de estos miles de millones de animales, una crónica ininterrumpida de miseria y privación desde el momento de su eclosión hasta su muerte. El hacinamiento extremo es una práctica estándar, con densidades de población tan elevadas que impiden cualquier atisbo de comportamiento natural. Los peces se ven forzados a vivir en un "caldo" de sus propios desechos, compitiendo ferozmente por el espacio y el oxígeno. Esta situación genera un estrés crónico severo, que debilita sus sistemas inmunológicos y los convierte en presa fácil para una miríada de enfermedades bacterianas, víricas y parasitarias. La tristemente famosa enfermedad del piojo de mar, por ejemplo, causa lesiones abiertas y un sufrimiento atroz a los salmones. Para combatir estas enfermedades inducidas por el sistema, la industria recurre al uso masivo y profiláctico de antibióticos y productos químicos agresivos, con las consiguientes y graves implicaciones para la salud pública (contribuyendo a la crisis de resistencia a los antibióticos) y la contaminación del medio ambiente circundante.

Confinados en estos espacios antinaturales y superpoblados, los peces sufren de agresión constante por parte de sus congéneres igualmente estresados, resultando en lesiones físicas como aletas mordidas, ojos dañados y heridas abiertas que raramente reciben tratamiento. Las aletas pueden erosionarse dolorosamente por el roce continuo contra las paredes de los tanques o las redes de las jaulas. El hambre también es una constante para muchos, ya sea por prácticas de ayuno prolongado – a veces durante días o incluso semanas – antes del transporte o el sacrificio con el objetivo de vaciar sus intestinos y reducir la contaminación del agua durante estos procesos, o simplemente por la intensa competencia por el alimento en tanques donde los más débiles apenas tienen oportunidad.

La calidad del agua, un elemento tan fundamental para la vida y el bienestar de los peces como el aire lo es para nosotros, es frecuentemente deficiente en estas instalaciones. Los bajos niveles de oxígeno disuelto (hipoxia), la alta concentración de amoníaco (producto de sus propios desechos metabólicos) y nitritos, y las fluctuaciones extremas de temperatura son problemas comunes que causan dificultades respiratorias agudas, irritación severa de las delicadas branquias, letargo y un sufrimiento fisiológico generalizado. La falta absoluta de enriquecimiento ambiental en estos tanques estériles y monótonos – desprovistos de cualquier sustrato, refugio o estímulo que pudiera asemejarse a su hábitat natural – priva a los peces de cualquier posibilidad de expresar comportamientos innatos esenciales para su bienestar, sumiéndolos en una existencia de aburrimiento crónico y apatía. Además, datos alarmantes del informe de Sapience revelan que la mayoría de los ciudadanos europeos desconocen muchas de estas crueles realidades: por ejemplo, solo el 18% era consciente de que la mayoría de los salmones de granja son sordos debido a las prácticas de cría intensiva y al rápido crecimiento que deforma sus órganos auditivos. El 66% de los encuestados no sabía que el porcentaje de peces que mueren durante la cría en granjas es sustancialmente más alto que el de los animales terrestres de granja. Y aunque el 60% sabía del uso común de antibióticos, el 42% desconocía que los sistemas de cría típicos no permiten a los peces exhibir todos sus comportamientos naturales.

Y cuando finalmente llega el final de sus cortas, artificiales y miserables vidas, el panorama, lejos de mejorar, a menudo se torna aún más espantoso. La inmensa mayoría de los peces de piscifactoría en la Unión Europea, y ciertamente a nivel global, son sacrificados mediante métodos que la ciencia ha demostrado ser inhumanos y que provocan un dolor, un miedo y una angustia prolongados e intensos. Solo el 39% de los ciudadanos europeos encuestados era consciente de que la mayoría de los peces de granja no son aturdidos (es decir, no se les hace perder el conocimiento) antes de ser sacrificados. Muchos mueren lentamente por asfixia al ser sacados del agua, una agonía que puede durar desde varios minutos hasta más de una hora, dependiendo de la especie y su capacidad para respirar oxígeno atmosférico. Durante este tiempo, luchan desesperadamente, boquean y sufren un estrés fisiológico extremo. Otros son eviscerados (destripados) y desangrados aún estando plenamente conscientes. Prácticas como los baños de hielo (inmersión en una mezcla de hielo y agua) o la exposición al dióxido de carbono en el agua, lejos de ser humanitarias, causan un sufrimiento considerable y prolongado antes de inducir la inconsciencia, si es que esta llega antes de la muerte por otros medios. A pesar de que la ciencia ha acumulado durante décadas evidencia concluyente de que los peces son seres sintientes, capaces de sentir placer, dolor, miedo y otras emociones de manera análoga a los mamíferos y las aves, esta realidad fundamental es sistemáticamente ignorada por una industria multimillonaria que prioriza la eficiencia productiva y el beneficio económico por encima de cualquier atisbo de consideración ética o compasión.

El estudio de Mood et al. (2023) subraya una carencia legal y regulatoria alarmante: se estima que entre el 70% y el 72% de los peces de piscifactoría a nivel mundial no cuentan con ninguna protección legal específica que vele por su bienestar en el crítico momento del sacrificio. Menos del 1% de estos animales disfruta de alguna ley que se preocupe específicamente por ellos en esta etapa final de su explotación. Incluso los principales esquemas de certificación de "bienestar" o "sostenibilidad" a nivel global, entre los años 2013 y 2015, apenas cubrían un irrisorio 2% de los peces de piscifactoría sacrificados. Y aunque existen parámetros científicos publicados para el aturdimiento humano automatizado, específico para diferentes especies (como el aturdimiento eléctrico percusivo o eléctrico en baño de agua), estos métodos apenas están implementados o solo abarcan entre el 20% y el 24% de las especies comúnmente cultivadas, dejando a la gran mayoría en un limbo de sufrimiento legalizado.

La actual y flagrante ausencia de legislación específica de la UE que proteja integralmente el bienestar de las más de 70 especies de peces actualmente cultivadas comercialmente es una laguna legal intolerable y una vergüenza ética para un bloque que presume de altos estándares. Como señala el estudio de Mood et al. (2023), la inmensa mayoría de los peces de piscifactoría a nivel global carecen de cualquier tipo de protección legal específica en el momento crítico del sacrificio, y las certificaciones de "bienestar" o "sostenibilidad" existentes apenas cubren un porcentaje anecdótico e irrisorio de la producción total. Esta situación de desamparo absoluto debe revertirse de manera inmediata mediante la adopción y, fundamentalmente, la rigurosa aplicación de normativas robustas, detalladas y específicas para cada especie. Estas normativas deben estar sólidamente ancladas en la evidencia científica más actualizada sobre las necesidades fisiológicas, de comportamiento y de bienestar de cada tipo de pez, y deben abordar todas las etapas de su vida en cautiverio: desde la cría de reproductores y la incubación de huevos, pasando por las condiciones de engorde en tanques o jaulas, hasta el manejo durante la carga, el transporte y, de manera absolutamente crítica, los métodos empleados para su sacrificio.

"Que menos del 1% de los peces tenga protección en el sacrificio no es un vacío: es barbarie institucionalizada. La UE legisla el bienestar de un cerdo mientras permite que un salmón sea desangrado consciente: jerarquía de especies con sangre azul", expresa Gascón.

La investigación incluye una recomendación clave para aumentar la visibilidad de estos animales: que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) comience, de una vez por todas, a recopilar y publicar estadísticas sobre la producción de peces de piscifactoría en número de individuos, además de en toneladas. Este cambio, aparentemente simple desde un punto de vista técnico, sería fundamental para que el público general, los medios de comunicación y los propios responsables políticos puedan visualizar y comprender la verdadera y asombrosa escala de la producción y, por ende, facilitar una evaluación más precisa y urgente del bienestar (o la falta de él) de estos animales.

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