El espacio Crónicas Marcianas, que emite la cadena Tele 5, tuvo como invitado la noche del lunes 18 de abril a Luis Corrales, Presidente de la Plataforma para la Defensa de la Fiesta, para que explicara su postura en la actual controversia sobre las corridas de toros en Cataluña. El domingo 17 tuvo lugar en Barcelona una concentración convocada por la Plataforma, a la que asistieron representantes de todos los estamentos taurinos (toreros, ganaderos, empresarios y aficionados) en defensa de la permanencia del toreo en Cataluña, que ven amenazada tras la presentación por parte de ERC de una proposición de ley en el Parlament para que se prohíban los espectáculos con toros que incluyan la muerte y la aplicación de las suertes de la pica, las banderillas y el estoque, lo que implicaría la desaparición de la Fiesta como tal.
El señor Corrales expuso en el programa la preocupación que existe en el mundo de los toros ante lo que consideran un abuso de poder motivado por intereses políticos ajenos al espectáculo taurino. Según Corrales, el sector está siendo víctima de una infamante operación de acoso y derribo que ha llevado a aficionados y profesionales a movilizarse y poner en marcha una campaña de recogida de firmas a favor de la Fiesta. El objetivo de dicha campaña es hacer frente a lo que interpretan como un intento de imponer los criterios de determinados sectores políticos catalanes y que, según ellos, supondría un atentado contra la cultura y contra los derechos de los aficionados taurinos. Este supuesto plan para desacreditar y finalmente destruir lo que consideran un elemento definitorio e irrenunciable de la cultura española, pero también de la catalana (no en vano el lema de la manifestación fue el de "Es nuestra Fiesta / És la nostra Festa", en castellano y en catalán) estaría orquestado por sectores del nacionalismo catalán como parte de una maniobra política que nada tendría que ver con un interés genuino por el bienestar de los animales, sino que respondería a un propósito oculto de erradicar todo aquello que asimilan a españolismo.
Esta crítica puede concernir a los políticos de ERC quienes, al tiempo que proponen prohibir las corridas de toros, obvian hipócritamente la petición de IC-Verds de sumar a la propuesta la supresión de los corre-bous, por temor a perder el apoyo de sus votantes en la provincia de Tarragona, donde suelen celebrarse este tipo de festejos. Pero Corrrales olvida que los sondeos realizados en Cataluña ponen de manifiesto que la gran mayoría de la población (alrededor del 80%, según una encuesta realizada por la WSPA-ADDA en 2004) es contraria a la Fiesta, lo que representa un porcentaje bastante más amplio que el de los votantes de ERC.
El debate, además, no debería plantearse como un conflicto de intereses entre amantes y detractores de la tauromaquia; si así fuera, bastaría con que quienes no disfrutamos de la lidia no acudiéramos a las plazas, permitiendo, sin embargo, que los aficionados se deleitasen con su particular concepción de la cultura. Sin embargo, los que nos oponemos a las corridas de toros no lo hacemos porque éstas representen un atropello de nuestros derechos, sino de los intereses más elementales (en no ser torturado ni asesinado) de un ser con plena capacidad de experimentar el dolor. El toro es la auténtica y única víctima de esta historia, como tuvo que recordar Pilar Rahola al Presidente de la Plataforma. "¿Es que acaso la vida no es dolor?", argüía éste. Sí, señor Corrales, la vida es siempre fuente de dolor, pero resulta perverso e indecente ampararse en la falta de misericordia con que nos trata el mundo, para negarse a someter nuestros actos a evaluación moral. Que la vida le dé más o menos palos no le legitima a usted a actuar sin escrúpulos ni a infligir dolor sobre otros seres sensibles. El toro tiene interés en dejar de sufrir, y ese interés es mucho mayor que el que tienen los aficionados en disfrutar con el macabro espectáculo de su tortura y muerte final. El interés que se sacrifica es mucho más importante que el que se satisface; al toro le va en juego su propio sufrimiento y su propia vida, y debe asumir un riesgo que, a diferencia del torero, él no ha escogido.
Pero ésa, la del sufrimiento del toro, es una realidad que los taurinos se niegan a reconocer en toda su magnitud. Todos, menos el periodista Salvador Sostres, quien, desde su estudiada vehemencia, hasta el punto de rayar en lo pueril por su histrionismo y su desfachatado e insistente afán de provocación, afirmó sin ningún tipo de recato que el sufrimiento de los animales es moralmente irrelevante, llegando a decir que protestar por el maltrato a un animal es burlarse de todas aquellas personas que han sido víctimas de tortura.
Comprendo que a nadie, a excepción del bufón de Sostres, le guste que los demás le consideren un sádico. Y no sólo los demás, sino incluso uno mismo. Existen pocas cosas peores que el autodesprecio, e intuyo que algo de eso debe haber llevado a Ramoncín a reconocer en la mesa de debate su carencia de argumentos para defender la Fiesta, más allá de su propia fascinación por el toreo. Me alegra comprobar que con los años ha decidido al menos prescindir de la vacía retórica con la que en otro tiempo aseguraba tener derecho a abstraerse del sufrimiento del toro para poder disfrutar de la belleza del ritual.
Por su parte, el señor Corrales llegó a admitir que, en efecto, el toro experimenta dolor. Siente dolor, pero no sufre, dijo. Esta aparente contradicción se explicaría por el hecho, apuntado por ese gran experto en fisiología animal que resultó ser el Padre Apeles (quien, a pesar de todo, no parecía estar muy convencido de la validez de su argumento) de que los animales no poseen inteligencia, lo cual les impide ser conscientes de su propio dolor, tesis tan manifiestamente débil, como ventajosa para su concepción católica de la superioridad del ser humano y del papel central que éste ocupa en la Creación (¿cómo va a consentir Dios que los animales, que no han heredado el pecado original ni disfrutan del premio de la vida eterna, sufran?).
El argumento de la ausencia de sufrimiento es extraordinariamente útil para los taurinos, ya que les permite eludir la acusación de ser seres que gozan presenciando el martirio a un animal. De este modo pueden liberarse por fin de sus propios complejos y alegar que no disfrutan del sufrimiento ajeno –declarado ya inexistente-, sino del arte de esa danza que se traba entre el toro y el matador. Lo que en principio podía parecer un espectáculo bárbaro con tintes de sadismo se convierte así en una fenómeno artístico para espíritus refinados.
Pero la realidad es muy distinta. Hace ya mucho tiempo que la ciencia se pronunció sobre esta cuestión: los animales tienen la capacidad de sufrir, y no sólo por daños físicos, sino que también experimentan estrés, ansiedad, miedo y confusión. Quienes, a día de hoy, se siguen empeñando en negar la evidencia del sufrimiento animal, lo hacen más desde la comodidad que desde la ignorancia.
El sufrimiento, en tanto que estado de conciencia, no es observable desde el exterior; tenemos certeza absoluta de nuestro propio sufrimiento porque lo experimentamos nosotros mismos. Sin embargo, el sufrimiento de los demás, sean éstos seres humanos o animales, sólo puede ser inferido de indicadores externos que se dan tanto en los unos como en los otros. Es un despropósito pensar que un animal que se tambalea aturdido, vomita sangre, jadea penosamente, y finalmente se desploma sobre el ruedo, no sufre durante todo este proceso.
Señor Apeles: el sufrimiento, o conciencia del dolor, nada tiene que ver con el nivel de inteligencia del individuo sino con la existencia de ciertos requerimientos anatómicos y funcionales para la percepción de ese dolor, es decir, con el grado de desarrollo del sistema nervioso (¿acaso Einstein hubiese sufrido más que una persona con Síndrome de Down, en caso de caer ambos presa del fuego o de introducir sus manos en una olla de agua hirviendo?). Pues bien: todos los mamíferos poseemos un sistema nervioso muy similar, con un origen y función evolutiva comunes, y con respuestas fisiológicas al dolor muy parecidas. Por lo tanto, podemos decir que no existen argumentos científicos (y ciertamente, tampoco filosóficos) para dudar que los animales sufran.
Otra de las motivaciones de los seguidores de la Fiesta, que se puso sobre la mesa en el debate de Tele 5 (aunque un descompensado siete contra una difícilmente puede ser llamado debate, si no fuera porque ese una, la Rahola, vale por siete), es su profunda preocupación por dar una muerte "digna" al animal. Se repitió hasta la saciedad que la muerte del toro de lidia es mucho mejor, en términos de sufrimiento (¿pero no nos habían asegurado que los animales no sufren?), que la que tendría en caso de ser enviado al matadero. Quienes afirmamos estar interesados en minimizar ese sufrimiento, afirmó Sostres, deberíamos estar a favor de la continuidad de la Fiesta, ya que de este modo le damos la oportunidad al animal de escapar a una muerte mucho más espantosa que la que tendrá en la plaza. Así, defender la prohibición de las corridas de toros es ir a favor de la tortura (la del matadero), puesto que con el final de la Fiesta se cerraría la puerta a la única vía de "salvación" que le queda al toro para no acabar allí. Es curioso: se diría que todos los taurinos son vegetarianos, por el modo en que abominan de ese lugar...
Enfrentado a la hipótesis de ser toro y tener que escoger entre morir en el ruedo o en el matadero, el señor Corrales declaró: "No hay lugar a dudas: preferiría ser toro de lidia. Y si es posible ser estoqueado por José Tomás, eso ya sería el summum." ¡Ah!, ¡Qué conmovedor resulta el desvelo de los taurinos por hacer que los toros abandonen este mundo de la manera más sublime, siendo protagonistas de una obra de arte! Lástima que, en esa macabra representación, a los toros les toque siempre hacer el papel de absolutos perdedores. Hasta el día en que nosotros, los que luchamos por ellos, les brindemos la victoria final. Hagámoslo posible.
Alicia Martín Melero
alicia@animanaturalis.com
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