Opinión de un taurino acerca del uso de las puyas en las corridas de toros

Opinión de Fernando Marcet, columnista taurino del Perú, acerca de las puyas con que se hiere a los toros, y la pregunta de hasta dónde hay que penetrarlos con estas armas para que el arte taurino esté satisfecho.

24 junio 2005
Peru.

(Esta opinión pertenece a Fernando Marcet, un columnista taurino muy respetado en Perú, y fue publicado bajo el título de "Tercio de varas V" el 12 de julio de 2006 en OpinionYToros.com. AnimaNaturalis la reproduce sólo con motivos documentales.)

 1    Puya de limoncillo. Se usó desde mediados del siglo XVIII a 1917.
 2    Puya con arandela en la base del encordelado. Se usó desde 1917 a 1962.
 3    Puya con cruceta en la base del encordelado. Se usó desde 1962 hasta  nuestros días.

Hoy planteo en forma clara y precisa una pregunta: ¿Con qué parte de la puya debe picarse los toros, sólo con la pirámide de acero o  hasta la cruceta? Las opiniones de aficionados, críticos taurinos, ganaderos y toreros a quienes he consultado están divididas y mientras que unos responden categóricamente: “sólo con la pirámide” otros –la mayoría- dicen: “hasta la cruceta”. Que exista división de opiniones en algo tan elemental como el tamaño de la puya con la que deba picarse al toro es algo que llama a preocupación, pues si unos tienen razón los otros estarán necesariamente equivocados o, en el mejor de los casos, confundidos.

Convencido como estoy que la pica debe realizarse sólo con la pirámide de acero considero indispensable aclarar por qué el puyazo hasta la cruceta -aceptado por la mayoría- es la causa principal de que el tercio de varas haya perdido su principal razón de ser: evaluar la bravura y calidades del toro que -cuando bravo y encastado- puede generar el momento más emocionante y bello de la lidia.

El aficionado de la época actual, por más edad que tenga, se ha iniciado viendo picar los toros hasta la arandela o cruceta y es lógico se le haga difícil aceptar otra forma de hacerlo porque ello equivaldría reconocer que ha vivido equivocado mucho tiempo.

Un breve repaso de la historia de la pica en los últimos doscientos años puede sernos útil para encontrar el momento y las circunstancias que dieron lugar a crear la confusión que venimos arrastrando casi un siglo y que tiene origen en los intereses contrarios e irreconciliables de dos grupos en pugna: El de ganaderos y aficionados, que buscan en la pica el lucimiento del toro, y el de picadores y matadores, a quienes les interesa restarle pujanza y peligro al animal. Pugna en la que ha prevalecido el propósito de los últimos en detrimento de los primeros, del espectáculo y del toro.

Desde mediados del siglo XVIII hasta principio del siglo XX nadie dudaba que la pica debía hacerse sólo con el acero que sobresalía del tope, constituido por un encordelado abultado; lo que existía era un problema técnico pues el voluminoso tope solía "rebotar" en el morrillo del toro antes que la púa hiriese al animal sin que el picador pudiera detenerlo ni evitar que su desprotegido caballo pagase las consecuencias del fallido intento, del cual salía herido y muchas veces muerto. 

En 1776 José Daza, varilarguero del segundo tercio del siglo XVIII y autor del primer tratado de tauromaquia dice de la puya: “descubierta la punta como dos pulgadas y media (seis centímetros) el más o menos crecidas debe proporcionarse con el rigor que se juzgue a los toros del día; procurando que el tope del cordel no quede demasiado abultado”. Como se puede apreciar el tamaño del acero era bastante grande y se menciona ya el problema del tope encordelado abultado, que dificultó la ejecución de la suerte en la época en la que se picaba sin peto.

En 1796 Pepe-Hillo en su obra La Tauromaquia o el Arte de Torear señala que las estopas (encordelado actual) “no descubran más de un dedo o dos (tres y medio centímetros) de púa o de acero afilado en tres cantos”.

El encordelado daba al tope una forma de limón alargado por lo que se llamó de “limoncillo” pero que en la medida que los picadores lo fueran adelgazando, para facilitarse la labor, dejaba de ser verdadero tope y tras la puya iba el palo que muchas veces mataba al toro. Las autoridades por su parte, exigían el limoncillo lo suficientemente abultado para que fuese tope efectivo. En este tire y afloje, a mediados del siglo XIX el corregidor de Madrid don Pedro Alcántara Colón, duque de Veragua, impuso la puya con el tope en forma “de naranja” en donde el encordelado era totalmente esférico. La protesta de los picadores no se hizo esperar y, con Francisco Calderón a la cabeza, reclamaron contra esta nueva puya que hacía imposible su labor a menos que se picase de arriba abajo, cosa impracticable sin sacrificar el caballo.

En 1869, Juan Moreno Benítez, gobernador de Madrid, atendiendo la justa protesta de los picadores, restableció la primitiva puya de limoncillo y el reglamento de 1880 la confirmó considerándola “lo más aceptable”. En este reglamento la pirámide de acero tiene menos de dos centímetros de altura menor que la recomendada por Deza y Pepe-Hillo y las de los reglamentos de 1917, 1962 y 1992, a los que nos referiremos más adelante.

Mientras tanto, con el propósito de aliviar en algo el problema, surgieron diversas propuestas como la de Pascual Millán quien en 1905 sugirió que, “si creía conveniente”, se aumentara la longitud del acero descubierto para evitar los inconvenientes del “rebote” del tope. Fue sin embargo Antonio Fernández Heredia Hache, ganadero, aficionado práctico, polémico escritor taurino, recalcitrante defensor de la pureza de la fiesta y exigente en el cumplimiento del reglamento, quien en 1904 planteó lo que podría haber sido la solución técnica y definitiva de todo este asunto de las puyas evitando la degeneración que, iniciada con el reglamento de 1917, ha desdibujado el tercio de varas convirtiéndola en la antítesis de lo que debe ser.

¿Qué planteaba Hache? Algo tan simple como revolucionario: Una cruceta giratoria entre la pirámide de acero y el encordelado. Se conseguía con ello el tope efectivo que se buscaba, eliminándose los inconvenientes del rebote propio de los alimonados o esféricos. La condición giratoria de la cruceta le permitía acomodase a los movimientos del toro sin que el acero se saliese de su ubicación. Ignoro por qué esta solución no tuvo la acogida que merecía de parte de las autoridades y aficionados de la época, pero me atrevo a conjeturar que algo tuvo que ver el carácter combativo e irritante de su autor que le atrajo muchas enemistades. Cuenta Cossio, en su tratado Los Toros, que le tenían “prohibido el acceso a los corrales, desolladero y otras dependencias de la plaza, a la que llegó a asistir acompañado de un notario. Aun le hemos conocido -continúa Cossio- en su delantera de meseta del toril manejando un complejo juego de pañuelos de diversos colores y figuras con los que, silenciosamente, daba su opinión sobre los toros”. Sin embargo, parece que no era tan silencioso como se dice, pues acudía a la plaza provisto de un cencerro que hacía sonar cada vez que veía salir al ruedo un toro manso, con lo que, fácil es de imaginar, ponía verdes a sus criadores. En su libro Doctrinal Taurómaco publicado en 1904 explica cómo, en su opinión, debe ser una corrida de toros y cómo la cruceta giratoria, proyecto que ilustra profusamente con dibujos, detalles y planos para su construcción.

Como sucede a menudo con las buenas ideas, la de Hache fue enterrada en el olvido y surgió otra -no sé de dónde aunque sospecho de quiénes- que proponía la eliminación del limoncillo que finalmente obtuvo patente de corzo cuando el monarca así lo dispuso mediante Real Orden de 1906, para beneplácito de los picadores que vieron facilitada su labor y –permítaseme aquí un símil- la tácita protesta de los jamelgos que morirían con más frecuencia que antes en los ruedos; hubieron de transcurrir once años hasta que el reglamento taurino de 1917 selló la sentencia de muerte de la suerte de varas; veamos por qué: Se aumentan las dimensiones de la pirámide de acero fijando –con falso rigor científico- milimétricas diferencias entre la puya que debía usarse en los diferentes meses del año, y la que se emplease para los novillos: tres milímetros menor que la que se empleara para los toros, lo que resulta así un insulto a la inteligencia o una broma de mal gusto porque la herramienta para picar estaba diseñada para que junto con la puya entrara incluido el tope, tres veces mayor. Efectivamente, el tope era un encordelado con seis centímetros de longitud de forma cilíndrica que sobresalía apenas siete milímetros de la arista en la base de la pirámide y nueve de su lado, todo lo cual hacía inevitable que el encordelado no funcionara como tope sino más bien como puya. Eso lo sabían bien quienes la diseñaron y es por ello que, para evitar se matase al toro en la suerte, pusieron en la base del tope una arandela de acero de seis centímetros de diámetro. A partir de ese momento la pica pasó de ser un pinchazo, con un acero pulido de no más una pulgada de altura, a monstruoso castigo con un barreno cuatro veces mayor, grueso y áspero. Nació así el fraude que sobrevive en nuestros días.

En los años siguientes la situación se fue agravando –para el toro, se entiende- en la medida que fueron apareciendo otras disposiciones tales como: la reducción de la edad mínima de los toros de cinco a cuatro años, en 1923; la aparición del peto en 1928; la reducción de cien kilos en el peso mínimo de los toros, en 1930; etc., esto sin contar con el barreneo, la carioca, el metisaca y tantos otros vicios que aparecieron como consecuencia de las generosas facilidades que brindaba el peto.

Mientras se preparaba el reglamento de 1962 y cuando el peto -usado por más de treinta años- había empequeñecido los problemas técnicos para la ejecución de la suerte de varas, algunos aficionados levantaron la voz reclamando volver a la senda correcta y poner en práctica lo recomendado por el olvidado Hache, en el sentido de colocar una cruceta detrás de la pirámide y antes de encordelado. Otros, como Gregorio Corrochano que lo hizo reclamando la vuelta del limoncillo: “El encordelado que debería servir de tope no sirve… La reforma debe ir orientada a que se pique solamente con la púa. Para ello nada mejor que el limoncillo, que es como se hacen las faenas en el campo y como se picó en las plazas, más de cien años, toros con edad y más peso.”

Ante estas propuestas picadores y matadores dijeron: ¡Ni hablar! No nos hemos pasado cuarenta y cinco años acostumbrando al público a ver y aceptar la pica con el encordelado incluido para retroceder y ceder terreno. El mismo Corrochano nos cuenta una anécdota al respecto: El día que nos tocaba examinar la cuestión de las puyas, antes de entrar en la cuestión, se recibió un telegrama de los picadores de Sevilla que decía textualmente: “No estamos de acuerdo con lo que acuerden en el asunto de las puyas.” No habíamos acordado todavía nada y ya no estaban conformes.

El reglamento de 1962 perfecciona la herramienta de castigo y si bien conserva las dimensiones de la pirámide de acero, aumenta la longitud del encordelado de 6 a 7.5 centímetros. Los hombros del tope se reducen al pie de la pirámide de 7 a 5 milímetros en la arista y de 9 a 7 en el lado, a la vez que se aumenta el diámetro de la base del encordelado que toma así una forma cónica convirtiéndolo en prolongación de la pirámide de acero que, con facilidad, mayor grosor y longitud, se introduce en el cuerpo del toro; se sustituye la arandela por la cruceta después del encordelado y se reduce el número mínimo de puyazos de cuatro a tres.

El reglamento de 1992 es más de lo mismo con pequeñas variantes: disminuye la base de la pirámide manteniendo la dimensión de la arista, con lo cual aumenta su altura; adelgaza una vez más el tope en la base de la pirámide de 5 a 3 milímetros en la arista y de 7 a 5 milímetros en el lado, dándole mayor continuidad con el acero facilitando aún más su ingreso en el animal; mantiene la burla de reducir en tres milímetros la pirámide cuando se trata de novillos; el encordelado se reduce de 7.5 a 6 centímetros, como era en el reglamento de 1917; se limita el peso del caballo a un máximo de 650 kilos y el número mínimo de puyazos se reduce de tres a dos en plazas de primera y a una en todas las otras. Demás está decir que el escándalo que se armó por la reducción del encordelado fue patético y muchos matadores, picadores y periodistas pegaron el grito al cielo diciendo que con este reglamento los toros se quedarían sin picar.

El reciente reglamento de Andalucía del 28 de marzo del presente año, mantiene en lo fundamental lo establecido en los anteriores con la novedad que reduce algunos milímetros las dimensiones de la pirámide de acero y un centímetro el largo del encordelado que queda en cinco. La distancia desde la punta de la pirámide a la cruceta es de 7.5 centímetros en total (25% menor que la del reglamento de 1962 que era de 10 centímetros) pero sigue siendo excesiva frente a la usada en el pasado.

He tratado de resumir en este y anteriores artículos sobre el tema, la problemática de la suerte de varas y mi opinión sobre las razones y circunstancias que la han convertido en el triste espectáculo que ofrece en la actualidad. Mi intención no ha sido otra que compartir con usted, amigo lector, mi deseo de recuperar ese bello momento de la lidia que considero perdido para siempre, aunque abrigo la remota esperanza de crear alguna corriente de opinión de la que surjan propuestas para encontrar la solución que nos lleve a ese milagro.

(Esta opinión pertenece a Fernando Marcet, un columnista taurino muy respetado en Perú, y fue publicado bajo el título de "Tercio de varas V" el 12 de julio de 2006 en OpinionYToros.com. AnimaNaturalis la reproduce sólo con motivos documentales.)

We need your support

AnimaNaturalis exists because billions of animals suffer at human hands. Because they animals need solutions. Because they deserve someone to speak up for them. Because animals need change. Because at AnimaNaturalis we want to build a fairer world for everyone.

The donations of our supporters are the main source of our funds.