Los Derechos para los Animales

La idea de que los animales debieran tener derechos fue muy ridiculizada cuando se presentó en la década de 1970. Es ahora cuando se está aceptando.

25 enero 2017
Londres, Reino Unido.

La idea de que los animales debieran tener derechos fue muy ridiculizada cuando se presentó en la década de 1970. Es ahora cuando se está aceptando. El movimiento ha obtenido decenas de millones de adherentes y ya ha convencido a la Unión Europea que solicite que todas las gallinas tengan espacio suficiente para extender sus alas, para echarse y poner sus huevos en un nido, y que rechace el mantener cerdos y terneros en jaulas individuales demasiado angostas que no les permiten caminar o darse vuelta. Y los primeros días de este mes, los Californianos votaron 63 por ciento a favor contra un 37 por ciento en contra por una medida que, al comenzar en el 2015, le da a todos los animales de granja el derecho de pararse, echarse, darse vuelta y extender totalmente sus patas. Los 45 principales productores de huevos del estado tendrán que eliminar las jaulas que ahora albergan 19 millones de gallinas, y, ya sea, ponerlas en jaulas nuevas y más grandes con menos aves, o más probablemente, mantener las aves en grandes  naves. La única granja productora de cerdos a gran escala de California también tendrá que darle espacio a todos sus cerdos para darse vuelta.

La presión ejercida sobre otros estados para que garanticen las mismas libertades básicas puede ser irresistible. Muchas personas ven este movimiento como una continuación lógica de la lucha contra el racismo y el sexismo, y creen que el concepto “derechos de los animales” pronto será un hecho tan común como la igualdad de salario y oportunidades para las mujeres y las minorías. Si eso sucede – y yo creo que así será – los efectos en los alimentos que comemos, cómo los producimos y el lugar que ocupan los animales en nuestra sociedad serán notorios.

Si ésto parece radical, así también lo fueron el sufragio y los derechos civiles hace algunas décadas. La noción de que debieramos reconocer los derechos de los animales que viven entre nosotros descansa en un fundamento ético firme. Un ser sensible es sensible sin importar a qué especie pertenece. El dolor es dolor, ya sea si es el dolor de un gato, de un perro, de un cerdo o de un niño.

Piense cuan ampliamente se diferencian los humanos en cuanto a sus habilidades mentales. Un adulto típico puede razonar, hacer elecciones morales y muchas otras cosas (como votar) que los animales evidentemente no pueden hacer. Pero no todos los seres humanos son capaces de razonar, no todos son moralmente responsables y no todos pueden votar. Y sin embargo nos esforzamos por proclamar que todos los humanos tienen derechos. ¿Qué, entonces, justifica que les neguemos al menos algunos derechos a los animales nohumanos? Los defensores del statu quo han tenido dificultades para responder esa pregunta.

Si los animales sí tienen derechos, ¿cuáles serían esos derechos? El derecho más elemental que cualquier ser sensible puede tener es que a sus intereses se les dé igual importancia. Posteriormente, las cosas se complican. Algunos defensores piensan que los animales tienen el derecho a vivir. Otros les dan más importancia a seres como chimpancés, que son capaces de entender que tienen una vida, que tienen expectativas y deseos dirigidos al futuro. Los partidarios del movimiento concuerdan en que la forma en que tratamos a los animales actualmente, como sujetos de prueba y productos de granjas de producción masiva, es flagrantemente incorrecta.

Si la sociedad gradualmente aceptara los derechos de los animales, daría como resultado cambios dramáticos. Algunas personas podrían aceptar la carne, los huevos y los productos lácteos compasivamente obtenidos si los animales vivieran una buena vida, en el exterior, en grupos sociales de un tamaño normal para esa especie. Pero esto probablemente comprobaría estar en una etapa provisoria. En la medida que la demanda por productos animales disminuya, la industria de la carne criaría menos pollos,pavos, cerdos y ganado. Eventualmente, el único ganado, cerdos y ovejas restantes serían pequeños rebaños mantenidos para que podamos llevar a nuestros nietos a ver cómo eran estos animales que antes abundaban. Las granjas de producción masiva – de carne, huevos o leche – desaparecerían. Si queremos continuar comiendo carne, tendremos que confiar en los científicos que actualmente están tratando de producir carne en tinajas. Cuando lo logren, será algo real, obtenido de células animales, no un sustituto de soya, y podría incluso no diferenciarse de la carne que comemos hoy. Pero como no involucraría a animales, y por tanto no habría sufrimiento ni matanzas, no habrían tampoco objeciones morales.

La leche y el queso no son más fáciles de conciliar que la carne. Las vacas no darán leche a menos que queden preñadas anualmente, y si los terneros se quedan con sus madres, no habrá mucha leche para los humanos. La separación de la vaca y su ternero produce angustia en ambos. A las gallinas no les preocupa mucho que se les extraiga sus huevos, y las gallinas genuinas de granja parecen tener una buena vida, pero los pollos machos tienen que ser sacrificados, y ningún productor comercial de huevos permite que las gallinas vivan más alla del momento en que su postura de huevos disminuye. Por esta razón los defensores de los derechos de los animales hoy en día tienden a ser vegetarianos.

Porque los animales se usan hoy en investigación, debemos encontrar alternativas. En Europa, los cultivos de células y tejidos ya han reemplazado algunas pruebas de productos con animales vivos, y aumentará dramaticamente una vez que la investigación perjudicial con animales se deje éticamente sin efecto. La investigación que usa animales puede no terminar totalmente, pero en un mundo “no especiecista” podría continuar sólo bajo los mismos términos o salvaguardas que usamos para investigar seres humanos que no pueden dar su consentimiento.

Nuestra mayor dificultad con respecto a otras especies puede estar en la búsqueda de tierras. El movimiento animal nos obliga a considerar que la tierra que no usamos es el habitat de otros seres sensibles, y debemos hacer lo que podamos para permitirles seguir viviendo en ellas, incluyendo la limitación del crecimiento de nuestra propia población. Aún las selvas presentan un problema. ¿Están los humanos éticamente destinados a impedir que unos animales maten a otros? Pensar en interferir en el funcionamiento del ecosistema sería presuntuoso, al menos por ahora. Haremos mejor en concentrarnos, primero, en reducir nuestro propio impacto perjudicial para nuestros animales domésticos.


Publicado originalmente el 19 de noviembre de 2008 en Newsweek, http://www.newsweek.com/id/169881

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