Los delfines del zoo de Madrid, bajo la sombra del maltrato

El Seprona acepta una denuncia basada en un informe veterinario sobre el estado de nueve cetáceos.

17 junio 2019
Masdrid, España.

La asociación española Proyecto Gran Simio presentó hace una semana ante el Seprona, que ha aceptado la denuncia, las conclusiones de una investigación denominada Operación 404 y auspiciada por la organización internacional Sea Shepherd Conservation Society. En ella se pone el foco en las consecuencias de la cautividad, concretamente en la de los delfines que viven en Madrid.

Pedro Pozas, el director ejecutivo de Proyecto Gran Simio, entregó a los agentes varias fotografías, un vídeo y la conclusión del veterinario Agustín González, con experiencia en animales salvajes marinos tras trabajar con cetáceos durante 15 años en el área de Medio Ambiente de Canarias. “Vi el informe veterinario y se me cayó el alma a los pies. Así que decidimos denunciarlo como representantes de una asociación animalista”, explica Pozas.


El informe del veterinario determina que los nueve delfines mulares del acuario de Madrid están enfermos como consecuencia de la cautividad, aunque pone el foco en Lala y Guarina. Los nueve sufren problemas oculares —“probablemente por el contacto continuo con el cloro”— y ellas dos, además, tienen lesiones cutáneas. “En las imágenes se aprecia con claridad que un ejemplar tiene todo su cuerpo ocupado por unas lesiones dermatológicas ulcerativas con forma de cráter, las lesiones van desde la cabeza a la parte posterior, llegando hasta la aleta caudal. Las lesiones tienen varios centímetros de diámetro y están en distintas fases de evolución, desde inflamación, abultamiento, eritema, nódulos, hasta una úlcera con cierta profundidad, es decir, diversos estadíos de dicha patología o enfermedad dermatológica”.

Más allá de los hechos en sí, este conflicto pone sobre la mesa un debate ético sobre la conveniencia o no de criar animales encerrados en una piscina cuando su vida natural se desarrolla en el mar. Para las asociaciones animalistas, esto es una aberración. Para el acuario, una acusación injusta que no tiene en cuenta la labor educativa, de conservación y de investigación que llevan a cabo.

“Es una salvajada. Los delfines nadan una media de 100 kilómetros al día cuando están en libertad. Hacen mucho ejercicio. Cuando están en cautiverio dan vueltas en una piscina y viven todo el día en el mismo sitio, donde comen y defecan. Necesitan limpiar el agua con cloro, porque viven entre bacterias, por eso tienen los ojos cerrados”, analiza González. Además, continúa el veterinario, estos cetáceos son muy selectivos, eligen sus propios grupos, que suelen estar compuestos por 80 ejemplares, y se comunican con sonidos agudos que en una piscina rebotan en las paredes, “y hace que se vuelven locos”.

González trabaja ahora en un centro veterinario de animales domésticos en Málaga, pero no puede evitar sentirse devastado al ver las imágenes de los delfines en cautividad. “Lala tiene el cuerpo lleno de úlceras, claramente es una enfermedad cutánea, se le ve que tiene algunas lesiones ya curadas y otras que están saliendo, y eso es muy doloroso porque los delfines tienen mucha sensibilidad en la piel. Habría que hacerle una biopsia y, por supuesto, deben dejar de trabajar. Porque cuando están haciendo el espectáculo, no es solo ejercicio, están trabajando para comer”.

El diagnóstico de Guarina también es preocupante, según el especialista. “Le falta un trozo de nariz. Imagínate, los delfines no tienen manos, utilizan el tacto con la nariz, y es como si estuviera en carne viva. Puede que se lo haya hecho con el roce con el neopreno o chocando con las paredes de la piscina”. El dolor, sea como fuere, “es innegable”. Pero González va más allá. No entiende cómo hay personas que se convierten en cómplices de este "maltrato”, pagando una entrada que, en el zoo de Madrid, cuesta una media —según el día sube o baja— de 23,85 euros para un adulto y 19,30 para un niño menor de 8 años, cuando existen embarcaciones en mar abierto “a mejor precio” para observar a los animales en libertad.

Las instalaciones del zoo de Madrid llaman la atención por la cercanía con los animales. Las especies, bien separadas unas de otras, forman parte de un parque temático que hace las delicias de los padres que van a pasar el día con sus hijos. Dentro, una cafetería, tres restaurantes y un personal solícito y amable aseguran a los visitantes un día perfecto. Cada pocos pasos, papeleras para reciclar el plástico y el papel y diversos carteles recuerdan la importancia de cuidar el medioambiente. Y los inquilinos del zoo, cuidados o no, viven en cautividad.

Ver artículo completo en El País. 

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