Nuestro equipo de investigación dedicó dos días para documentar el calvario de los toros que terminan muertos durante la Feria del Toro de Pamplona. Muy poca gente sabe que los mismos toros que corren los tradicionales encierros, mueren en la Plaza de Toros esa misma tarde. No es un secreto, pero ni siquiera la población de Pamplona es consciente de esta tragedia. Es como si no se pudiera concebir una tradición en España sin que un animal sufra una larga y dolorosa tortura.
Las imágenes que presentamos aquí no son sólo el registro de vidas anónimas a las que se les tortura rutinariamente durante las fiestas en España, sino el testimonio de individuos que han sido víctimas de las tradiciones que sólo un puñado de personas desean que continúen. Según el propio Ministerio de Cultura, menos del 8% de españoles ha pisado una plaza de toros durante 2019 (último año del que se tienen datos) y hay un desplome del número de festejos considerable y sostenido año tras año. Según un estudio de la Fundación BBVA en 2025, el 77% de los españoles estaría de acuerdo con poner fin a las corridas de toros.
Otro elemento importante que vale la pena mencionar es que los organizadores tanto de los encierros como de las corridas de toros en San Fermín no son empresarios taurinos ni el propio Ayuntamiento, aunque la propiedad de la Plaza es pública. Quienes sacan beneficio con este macabro espectáculo son los responsables de la Casa de la Misericordia, una fundación católica privada que se dedica al cuidado de personas vulnerables. Para ellos, pareciera que la compasión se escribe con sangre y la piedad es exclusiva de algunos, mientras se le niega a otros.
Crónica de doce muertes anunciadas
El alba del 12 de julio huele a vino rancio y adrenalina, como cada una de las mañanas durante San Fermín. En la Cuesta de Santo Domingo, la muchedumbre grita a viva voz eso de "¡Viva San Fermín!". Abajo, en los Corralillos del Gas, seis criaturas de más de media tonelada pisan nerviosas el suelo empapado. Son los toros destinados a correr el encierro de esa mañana, marcados con hierro y preparados para el suplicio que sufrirán al caer la tarde. Entre ellos, Callejero respira con pánico. Ya lleva días lejos de la ganadería, transportado largas horas en camión y en un luagr que no reconoce. Sus ojos recorren el corral con nerviosismo. Su primer instinto es escapar, huir de ese lugar que lo hace sentir intranquilo. Los ruidos y gritos no le son familiares, el hedor en el aire lo irrita.
Cada encierro durante San Fermín repite la misma escena. Los toros son conducidos al principio de la Cuesta de Santo Domingo y se provoca una estampida, usando unos cabestros al comienzo de cada salida. Los corredores están preparados para acompañar unos segundos a los toros, en un caos que dura instantes. En la televisión celebran el coraje de los aficionados y la nobleza de los animales, pero muy pocos se atreven a decir que esos mismos toros que aplauden por su energía y vitalidad, terminarán muertos antes de que el sol se ponga. "No es valentía: es terror puro", comenta Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis España. "Estos animales solo buscan escapar de un laberinto que termina en muerte".
Tras el encierro, la Plaza de Toros se convierte en una calabozo de condenados. En los chiqueros oscuros, Callejero frota su testuz contra los barrotes. No sabe lo que viene, pero intuye que no es nada bueno. A las 18:30, los pasodobles anuncian su sentencia. Los toreros Rafaelillo, Robleño y Juan de Castilla saludan al sol mientras el toro olfatea un aroma confuso entre alcohol, sudor, óxido, sangre y pólvora. Desde las gradas, mezclado entre las charangas y peñas de la ciudad, nuestro fotógrafo captura el momento en que el toro entra en la arena como si se tratara de un cadalzo.
El portón de toriles se abre con un golpe seco. La luz irrumpe con violencia, hiriendo los ojos de Callejero. Por un instante duda, pero sus músculos tensos lo empujan hacia adelante. Siente el calor del albero en las pezuñas y un eco de rugidos en los oídos. Huele sangre, sudor, miedo y metal. Es el tercer toro que sale al ruedo de la Plaza de Toros de Pamplona esta tarde.
Callejero mira a su alrededor. Un hombre con un capote fucsia y oro lo cita, lo provoca, lo humilla. Callejero embiste, no porque odie, sino porque no tiene otra salida. El capote le roba la vista, lo desvía, lo enreda. Y cuando intenta girar, ya hay otro hombre. Y otro. Y otro más.
De pronto, un clarín. La puerta del callejón se abre. Sale un caballo blindado. En lo alto, el picador. Callejero no conoce el término, pero sí el dolor. Es un puyazo brutal, penetrante. Siente que algo le parte el cuello, que un chorro de calor le baja por el costado. El picador hunde la pica mientras el caballo se tambalea, protegido por su armadura. El toro no.
Se revuelve. Su instinto ruge, pero sus músculos comienzan a fallar. Gotea sangre. Cada embestida cuesta más. No entiende por qué lo castigan, por qué nadie detiene aquello. ¿Qué ha hecho para merecer esto?
Otro clarín. Vuelven los hombres. Esta vez, portan banderillas. Brillan como dagas de colores. Callejero los ve acercarse con pasos ligeros, ágiles, entrenados. Uno le pasa por el costado y, sin aviso, le clava el arpón. El dolor es eléctrico. Salta, brama, sacude la cabeza. Pero ya están otra vez, el segundo, el tercero. Tres pares. Seis hierros clavados. Cada uno es un grito que no puede pronunciar.
El público aplaude. Algunos gritan “¡olé!”. Callejero no comprende. Siente que su lomo arde, que sus patas tiemblan, que el aire entra a medias. El sol le seca la sangre en la piel. Mira hacia los tendidos: miles de ojos que no ven. ¿Dónde está la salida? ¿Por qué nadie lo deja volver al campo?
Silencio. Sale el matador. Esta vez lleva una espada. La muleta roja flamea como una amenaza. El toro ya no corre, camina. Va donde le dicen. Gira, embiste, cae, se levanta. El torero lo mide. Aplaza la muerte como un actor su aplauso. Quiere arte. Callejero solo quiere paz.
Entonces, el instante. El matador levanta el estoque. Una zancada. Un salto. El acero entra por la cruz. Cruje carne. Callejero cae de rodillas. No muere. Se tambalea. Sangra a borbotones. El verdugo da vueltas, busca otro ángulo. El toro resopla, abre los ojos, jadea. Aún no.
Callejero escucha voces. Ya no ve bien. El mundo se curva, se apaga. Un puntillero salta con sigilo. Un cuchillo brilla al sol. El hombre se acerca. Callejero ya no puede moverse. Un golpe certero en la nuca. Se desconecta.
La plaza estalla. Aplauden. Algunos agitan pañuelos de emoción. Callejero es ya un cuerpo. El tiro de mulillas entra. Lo atan por las patas y lo arrastran por la arena manchada. Su sangre dibuja un rastro que nadie limpia, un camino que cientos celebran con un gusto morboso.
Desde el tendido, nadie escucha el último suspiro. Nadie nota cómo sus ojos, abiertos, reflejan miedo y desamparo. Solo es un toro más en el programa taurino. Pero Callejero tenía nombre, memoria, deseos. No eligió nacer para morir en una plaza. No pidió protagonismo en una tradición de sangre, tortura y muerte.
“Cada toro que cae en la arena representa una derrota ética para nuestra sociedad. Callejero no fue un número. Fue un ser sintiente, víctima de un rito que urge abolir”, sentencia Gascón.
Al día siguiente, 13 de julio, la ganadería de La Palmosilla repite el ritual. Arrinconado justifica su nombre: acorralado contra las paredes de la plaza, donde los matadores Fortes y Ginés Marín esperan con el capote y espada. Tras esquivar tres estocadas, resbala en la arena y pierde el equilibrio, facilitanto el trabajo del torero. "Su cuerpo temblaba como un niño ante una pesadilla de la que no puede despertar", expresó un testigo de nuestro equipo. Cuando la espada de Adrián se hunde en su espina dorsal, emite un bramido que silencia la música.
"El verdadero valor no está en matar al débil, sino en protegerlo", expresa Gascón. "Es una lógica tan sencilla, que es inconcebible que una institución como la Casa de la Misericordia no comprenda. La ética cristiana que defienden no puede excluir a los animales. No puede regocijarse del dolor ajeno".
Tras la última ovación, los mataderos móviles trasladan los cadáveres. Callejero pesó 540 kg en vida; su carne se venderá a 3€/kg. En eso se convierten luego de ser aplaudidos en este espectáculo absurdo, cruel y despiadado. Desaparecen sin nombre, mientras Pamplona aplaude.
Pero hay una memoria que perdura: nuestros archivos. Las 2.317 fotos tomadas estos días por Aitor Garmendia para AnimaNaturalis y CAS International son prueba forense de la crueldad. "Chatarrero mirando a la nada con pupilas dilatadas", "Tinajón colapsado con la sangre saliendo a borbotones desde sus pulones", "Sucesor tambaleándose en la arena"... Cada imagen es un testimonio imborrable que debe invitar a la reflexión y a la acción en contra de la crueldad por mera diversión.
Esperanza en un mejor futuro
La esperanza late en declaraciones como las del alcalde Joseba Asiron, quien expresó:"Veo Sanfermines sin corridas a medio plazo". La Iniciativa Legislativa Popular #NoEsMiCultura puede marcar el antes y después para un mejor futuro para los miles de toros que mueren en España en condiciones similares a las que podemos ver en este reportaje. El debate está servido, y poco a poco aparecen políticos con el coraje para dar pasos en la dirección correcta. "La sociedad ha hablado", insiste Gascón. "Hasta en Pamplona, el Ayuntamiento encuesta a 1.300 vecinos sobre si rechazan los encierros. Es un reconocimiento tácito: el modelo está agotado".
AnimaNaturalis y CAS International hemos unido fuerzas desde hace años para poner fin a la tauromaquia. Ese es nuestro compromiso. A través de reportajes como este, lo que deseamos es llamar la atención de quienes aún no tienen una posición clara frente a esta barbarie, e invitarles a reflexionar acerca de si vale la pena realmente basar una tradición en el suplicio de animales inocentes. Queremos que estas imágenes y los nombres de estos toros no caigan en el olvido, porque si les arrebatamos sus vidas y dignidad, al menos no los borremos también de la memoria.
Estos son los nombres de los toros que han muerto durante la semana de San Fermín en Pamplona:
Este listado también incluye a los toros que son considerados de reserva, que sólo se torean si alguno de los otros terminó demasiado maltratado durante el encierro. A estos toros también se les mata. Ninguno regresa a la ganadería. Incluímos los números que marcaron en sus lomos, para que sea fácil identificarlos al verlos en imágenes.
El día 7 de julio corrieron el encierro y murieron en la plaza los toros de la ganadería Fuente Ymbro. Se trata de Orgulloso (15), Previsor (38), Sacacuartos (52), Infortunado (85), Zalagarda (97), Primoroso (114), Tramposo (115) y Primoroso (196). Al día siguiente, 8 de julio, le tocó el turno de ser martirizados a los toros de Cebada Gago. Sus nombres son Campero (1), Puntero (20), Caminante (23), Lioso (24), Pintado (48), Cacabelito (75) y Avanto (81). El día 9 de julio corrieron y encontraron su fin en el ruedo los toros de Álvaro Núñez: Asustado (3), Trampero (9), Orrojado (18), Majoleto (21), Aguaclaro (34), Juncoso (39), Polvorillo (43), Algarrobillo (54) y Guerrito (72). El 10 de julio, fueron martirizados los toros Candidato (16), Tallista (49), Espiguita (68), Jara (111), Alcalde (127), Empanado (156), Jilguero (159) y Alabardero (162). El día 11 de julio les llegó la hora a los toros de la ganadería Jandilla: Maquinador (1), Espía (6), Gorrero (7), Vinaza (12), Viperino (63), Sibarita (87), Vívora (90) e Histórico (109). El 12 de julio fue el turno de los animales que provenían de la ganadería de José Escolar, que fueron incluídos en este reportaje: Chatarrero (19), Capador (32), Tobillero I (39), Callejero I (40), Cartero (44), Diputado (48) y Señorito (69). También en este reportaje, el día 13 de julio corrieron y murieron los toros de La Palmosilla: Arrinconado (16), Ardoso (27), Tinajón (44), Opíparo (51), Disparate (59), Sucesor (61), Mirloblanco (66) y Timonel (97).
Los toros de la ganadería Miura, de la última fecha de San Fermín, aún no tenían sus nombres publicados a la hora de escribir este artículo.
















