Disecar al gorila blanco fue considerado “un exhibicionismo obsceno del cadáver” y negarse a hacerlo “una cuestión de principios”. No parece, en cambio, una cuestión de principios mantener otros parientes del primate albino encerrados en un zoológico, fuera de su hábitat natural. Ni debe de ser tan obscena la exhibición del cadáver de un gorila que no sea albino. Algún querido colega escribió que Copito de Nieve era un emblema, un reclamo turístico, una entrañable mascota, “a fin de cuentas casi uno de los nuestros”. A pesar de la cercanía genética de los primates, a pesar de que hemos crecido con Copito, me resisto a pensar que pueda ser clasificado como uno de los nuestros. Al menos de los míos, seguro que no.
Es posible que las coñas de Alfonso Ussía en ABC no favorecieran un debate sereno. Ussía argumentaba que Copito era un tesoro que no había que enterrar, con estas pullas: “Han tardado sesenta años en convencerse de que la exhibición de un ser humano disecado no era conveniente y dos horas en decidir que un gorila blanco único de imposible repetición sea destruido. Empiezo a entender el éxito en Cataluña de Carod-Rovira”.
En cualquier caso, la presencia de Urko en esta exposición asociada al Fòrum de les Cultures desconcierta, sobre todo porque su contemplación ni resulta irrespetuosa, ni gratuita para el mensaje conservacionista de la exposición La diversitat de la vida. La visión evanescente del gorila es una llamada a las conciencias.
Aparte de la polémica sobre la oportunidad o no de disecarlo, no deja de ser extraño que, por ejemplo, los ampurdaneses pudieran despedirse de Dalí en el museo de éste en Figueres, pasando delante de su cuerpo embalsamado, y que los barceloneses no pudiéramos dar el último adiós a un primate convertido en símbolo. La conclusión de todo ello es que algunos políticos no necesitan ser conservados, pues con sus arbitrariedades no alcanzarán la gloria, ni estarán en peligro de extinción.
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