Amanece en Elgoibar y el aire, fresco y limpio, pronto se satura de un runrún de expectación. Calles acotadas, vallas de protección, balcones abarrotados. No es un día cualquiera. Es el día del sokamuturra. Un término euskera que, traducido con una simpleza engañosa, significa "toro con soga". Pero detrás de estas dos palabras se esconde una realidad de angustia, dolor y sufrimiento animal documentada en una investigación pionera llevada a cabo por AnimaNaturalis y CAS Internacional.
Nuestro equipo de investigación se infiltró en el corazón de estas celebraciones en Elgoibar, grabando con detalle minucioso cada tirón de soga, cada resbalón, cada mirada desesperada de los animales. El material, compuesto por horas de vídeo y decenas de fotografías, constituye un testimonio irrefutable de un espectáculo donde la diversión humana se construye sobre la tortura animal.
¿Qué es el Sokamuturra?
La sokamuturra, "hocico de cuerda" en su traducción literal del euskera, es una modalidad de festejo popular taurino donde una vaca o vaquilla es atada por los cuernos con una larga soga y liberada por un recorrido urbano. La cuerda, de hasta sesenta metros, es controlada por un grupo de hombres, los "sokalaris", que guían y limitan los movimientos del animal mientras una multitud de corredores la cita, la recorta y la hostiga. El animal es forzado a embestir, correr y girar en un entorno antinatural, sobre un pavimento resbaladizo y bajo una presión psicológica y física extrema.
"Lo que documentamos en Elgoibar no es una excepción, es la norma. Es la institucionalización del maltrato como entretenimiento", declara Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España. "Vimos el miedo en estado puro. Vimos cómo la diversión de unos pocos se construye sobre la agonía de un ser vivo, sensible y aterrorizado. Llamar a esto cultura es un insulto a la propia evolución de nuestra sociedad. Es un vestigio bárbaro que se niega a morir".
El espectáculo se repite en numerosos municipios vascos a lo largo del verano y en periodos festivos, con una duración que puede extenderse por horas, en sesiones de varios minutos por animal. Elgoibar es una de las localidades donde la sokamuturra mantiene una presencia pública importante en sus fiestas de San Bartolomé y otros festejos locales. Los eventos se celebran generalmente en la mañana —a menudo en horario muy temprano, y con recorridos por la plaza y calles del casco urbano— y congregan a cientos o miles de personas, entre espectadores y participantes que se acercan a la res.
En años recientes algunos ayuntamientos han tratado de ordenar la celebración con vallas o balcones, sorteos para verlo desde edificios municipales o concursos entre ganaderías; pero la puesta en escena, la masividad y la dinámica de la calle ponen a los animales en situaciones físicas y emocionales extremas.
"Hablamos de una persecución, no de una fiesta", declara Gascón. "No hay aquí ritual, ni arte, ni valor. Solo hay la desproporción brutal de una turba contra un individuo joven, asustado y absolutamente vulnerable. La soga es el símbolo de un control totalitario sobre su cuerpo y su voluntad. Es el hilo que une al verdugo con su víctima, y cada tirón es un acto de violencia gratuita. Cuando ves sus ojos, amplios y oscuros, solo reflejan un pánico infinito, la incomprensión más absoluta de por qué están siendo sometidos a ese suplicio. Es mirar al abismo de la desesperación animal, y duele en el alma".
Dolor y miedo de novillos y vaquillas
Contrario a la imagen que promueve la tauromaquia del toro bravo y poderoso, las víctimas del sokamuturra son casi siempre animales inmaduros. Se utilizan novillos y vaquillas de entre uno y dos años de edad, que apenas han alcanzado un tercio del tamaño y peso de un toro adulto.
"Estamos ante bebés, en términos comparativos", explica Gascón. "Su esqueleto aún no está completamente osificado, sus articulaciones son frágiles, su musculatura no está desarrollada para estos sobresfuerzos brutales. Son elegidos precisamente por su vulnerabilidad: son más manejables, menos peligrosos y, por tanto, se perciben como 'juguetes' más seguros para la multitud. Es una elección cobarde. Se busca la sumisión por la debilidad inherente a la juventud".
Para aumentar esta sumisión y eliminar cualquier riesgo residual, se les practica el "chapado" o "emborrado" de los cuernos. Este proceso consiste en cubrir las puntas de los cuernos con una bola de material blando, como corcho o cuero, o en algunos casos, serrar las puntas directamente. Esta mutilación, que puede ser extremadamente dolorosa si se realiza de manera rudimentaria, les impide defenderse eficazmente.
"El chapado es la guinda de la humillación", sentencia Gascón. "No solo les quitan la capacidad de defensa, que es lo único que podrían oponer al acoso, sino que es una muestra más de la asimetría total del 'espectáculo'. Se anula cualquier posibilidad de que el animal, en un acto desesperado de autopreservación, pueda herir a alguno de sus verdugos. Se crea una falsa sensación de seguridad que envalentona aún más a la muchedumbre. Es como atar de pies y manos a alguien y luego burlarse de él. No tiene nada de valiente".
La sokamuturra genera sufrimiento de múltiples tipos, a menudo simultáneos:
- Estrés agudo y crónico: el ruido, la multitud, la manipulación brusca y la restricción de movimiento por la soga elevan los niveles de cortisol y activan respuestas de miedo y pánico. Estudios veterinarios y observaciones de campo documentan signos claros de sufrimiento: jadeo, salivación excesiva, temblores, respiración acelerada y conductas de escape.
- Daños musculares y acidosis láctica: la repetición de carreras intensas sin adaptación provoca fatiga muscular extrema; la acumulación de ácido láctico produce dolor, debilidad y riesgo de colapso. Los animales, forzados a moverse en superficies duras y a veces resbaladizas (adoquines, plazas), pueden sufrir lesiones en patas, cojeras y abrasiones.
- Golpes, caídas y asfixia por soga: al ser guiados por una cuerda larga, los animales pueden enredarse, chocar contra vallas, postes o paredes; en varios casos documentados han ocurrido caídas que terminan en traumatismos o en situaciones de riesgo extremo como la caída al agua en rutas costeras. En Pasai Donibane, por ejemplo, un caso reciente donde una vaquilla cayó al mar provocó la apertura de una denuncia administrativa por parte de AnimaNaturalis Tras la caída, la fiesta se mantuvo, y el episodio puso de manifiesto la ausencia de protocolos mínimos de seguridad para el animal y el público.
- Miedo prolongado y afectación del comportamiento: más allá de las lesiones físicas, la experiencia de pánico repetido altera el comportamiento de la res: muchos animales muestran evitación, desorientación o hipervigilancia que puede mantenerse después del festejo.
Minuto a minuto del sufrimiento
La investigación de AnimaNaturalis y CAS Internacional permite reconstruir, paso a paso, el infierno que viven estos animales desde que son desembarcados en los recintos feriales hasta su exhausta retirada.
- La Espera y el Encierro: Los animales permanecen hacinados en camiones o corrales temporales, escuchando el bullicio creciente de la plaza. El estrés comienza a manifestarse: respiración acelerada, intentos de huida, sudoración. "Su instinto les dice que algo terrible se aproxima. Son animales de presa en un entorno que les es completamente hostil. El miedo es su única compañía en esos momentos", relata Gascón.
- La Suelta y el Primer Impacto: Al ser liberados a la calle, el animal se encuentra de golpe con un túnel humano que grita y gesticula. El ruido es ensordecedor. Su reacción natural es huir, buscar una salida. Pero no la hay. La soga, manejada desde ambos extremos, tensa y afloja bruscamente, dirigiendo sus movimientos de forma arbitraria. "El primer tirón de la soga es el primer golpe psicológico", describe Gascón. "Comprende que no tiene control. Que su cuerpo ya no le pertenece. Que esa multitud es dueña de su destino. Es el momento en que el pánico se instala de forma permanente".
- La Persecución y las Caídas: El animal corre de un lado a otro, esquivando cuerpos, resbalando en el asfalto, que es una superficie para la que sus pezuñas no están diseñadas. Las caídas son constantes y brutales. El impacto de varios cientos de kilos contra el suelo es seco y sordo. En muchas ocasiones, el animal se golpea contra las vallas de protección o los muros de las casas. "Las caídas son uno de los momentos más críticos", asegura Gascón. "Cada una puede suponer fracturas de costillas, lesiones internas, conmociones, luxaciones. Les vemos levantarse aturdidos, tambaleándose, con la respiración entrecortada. Pero la multitud no les da tregua. Los gritos se intensifican, la soga se tensa de nuevo y son obligados a continuar. Es una espiral de dolor y agotamiento".
- El Agotamiento Extremo: Tras varios minutos de esta tortura, el animal empieza a mostrar signos de agotamiento extremo. La lengua fuera, babeo espumoso, temblores musculares, respiración jadeante e incontrolable. Su ritmo cardíaco se dispara a niveles peligrosos. Buscan desesperadamente un rincón donde parar, pero no se lo permiten. "Ver a un animal tan grande, tan potencialmente fuerte, reducido a un estado de postración total, es desgarrador", confiesa Gascón. "Su cuerpo se rinde, pero la turba no. En ese momento, ya no huyen por instinto, sino porque son arrastrados físicamente por la soga o porque son golpeados y pateados para que se levanten. Llega un punto en el que el miedo es superado por el colapso físico. Es entonces cuando su vida corre un verdadero peligro".
- La Retirada: Cuando el animal ya no puede más, es arrastrado fuera de la plaza, a menudo entre empujones y nuevos gritos. El silencio y la oscuridad del camión son su único consuelo. Pero el trauma perdura. Las secuelas físicas y psicológicas pueden acompañarles el resto de sus vidas, que suelen ser cortas, ya que son reutilizados en otros espectáculos similares hasta que quedan inservibles o son enviados al matadero.
Las imágenes obtenidas por AnimaNaturalis y CAS Internacional en Elgoibar no son solo una denuncia; son un espejo. Un espejo en el que la sociedad vasca y española deben mirarse para preguntarse qué clase de valores quieren defender.

























