El medio ambiente

Un rí­o se agita por barrancos selváticos y desfiladeros rocosos hacia el mar. La comisión hidroeléctrica del estado ve el agua caer como energí­a sin explotar. Construir una presa a través de uno de los desfiladeros proporcionarí­a tres años de empleo pa

03 agosto 2004
D.C., United States.

Un rí­o se agita por barrancos selváticos y desfiladeros rocosos hacia el mar. La comisión hidroeléctrica del estado ve el agua caer como energí­a sin explotar. Construir una presa a través de uno de los desfiladeros proporcionarí­a tres años de empleo para un millar de personas, y un trabajo para un perí­odo más largo para veinte o treinta. La presa almacenarí­a agua suficiente para asegurar que el estado pudiera satisfacer económicamente sus necesidades de energí­a para la próxima década. Esto estimularí­a el establecimiento de industrias que consumen mucha energí­a, las que a su vez contribuirí­an a la creación de empleo y al crecimiento económico.

El accidentado terreno del valle del rí­o lo hace sólo accesible para los que estén más en forma, pero, no obstante, es un lugar magní­fico para ir de excursión. El mismo rí­o atrae a los que se atreven a deslizarse por sus rápidos en balsas. Adentrándose en los valles protegidos hay bosques de raros pinos Huon, muchos de ellos con más de mil años. Los valles y desfiladeros son el hogar de muchas aves y animales, entre los que se encuentra la especie, en peligro de extinción, del ratón marsupial, la cual rara vez se ha visto fuera de este valle. Puede que también haya otras plantas y animales raros, pero nadie lo sabe, ya que los cientí­ficos todaví­a han de investigar la región completamente.

¿Se deberí­a construir la presa? í‰ste es un ejemplo de una situación en la que tenemos que elegir entre grupos muy diferentes de valores. La descripción se basa vagamente en una propuesta de presa en el rí­o Franklin, en el suroeste de la isla de Tasmania, estado australiano del mismo nombre. (El resultado de la propuesta lo podemos encontrar en el capí­tulo 11, pero deliberadamente he modificado algunos detalles, por lo cual la descripción anterior hay que considerarla como un caso hipotético). La elección entre diferentes valores se podí­a haber planteado igual de bien utilizando otros muchos ejemplos: la explotación de bosques ví­rgenes, construir una fábrica de papel que arroje agentes contaminantes en la costa, o abrir una nueva mina al borde de un parque nacional. Un grupo diferente de ejemplos plantearí­a temas relacionados, pero algo diferentes: la utilización de productos que contribuyan a la reducción de la capa de ozono, o al efecto invernadero; la construcción de nuevas plantas nucleares; etcétera. En este capí­tulo vamos a analizar los valores que sirven de base a los debates sobre estas decisiones, para los que los ejemplos que hemos visto pueden servir como punto de referencia. Nos centraremos particularmente en los valores en juego en las polémicas sobre la conservación de las zonas salvajes o ví­rgenes puesto que aquí­ son más evidentes los valores fundamentalmente diferentes de las dos partes. Cuando hablamos de anegar el valle de un rí­o, la elección que se nos presenta está totalmente clara.

En general, se puede decir que los que están a favor de la construcción de la presa están valorando el empleo y una mayor renta per cápita para el estado por encima de la conservación de una zona salvaje, de plantas y animales (tanto comunes como pertenecientes a especies en peligro de extinción), y de oportunidades para realizar actividades de recreo al aire libre. Sin embargo, antes de empezar a profundizar en los valores de los que construirí­an la presa y de los que no lo harí­an, analicemos brevemente los orí­genes de las actitudes modernas hacia el mundo natural.

La tradición occidental

Las actitudes occidentales hacia la naturaleza surgieron de la combinación de las del pueblo hebreo, como se representaban en los primeros libros de la Biblia, y la filosofí­a de los antiguos griegos, particularmente la de Aristóteles. En contraste con otras tradiciones antiguas, por ejemplo la de la India, tanto para la tradición hebrea como la griega los seres humanos eran el centro del universo moral, de hecho no sólo el centro, sino a menudo la totalidad de los rasgos moralmente importantes de este mundo.

El relato bí­blico de la creación, en el Génesis, deja clara la posición hebrea del lugar especial que ocupan los seres humanos en el plan divino:

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Hoy en dí­a los cristianos debaten el significado de esta concesión de "señorí­o"; y los que se interesan por el medio ambiente afirman que deberí­a contemplarse no como una licencia para hacer lo que queramos con otras cosas vivientes, sino como una instrucción para cuidar de ellas, en nombre de Dios, y dar cuentas a Dios de cómo las tratamos. Sin embargo, hay poca justificación en el texto en sí­ mismo para darle tal interpretación; y dado el ejemplo que Dios puso cuando ahogó a casi todos los animales de la tierra con objeto de castigar a los seres humanos por su maldad, no es de extrañar que la gente piense que no merece la pena preocuparse porque se vaya a anegar el valle de un rí­o. Después del diluvio, hay una repetición de la concesión de señorí­o en un lenguaje más siniestro: "El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados".

La implicación es clara: actuar de un modo que cause miedo y pavor a todo lo que se mueva en la tierra no es impropio; en realidad es actuar según decreto divino.

Los primeros pensadores cristianos influyentes no tení­an dudas de cómo se habí­a de entender el señorí­o del hombre. "¿Tiene Dios cuidado de los bueyes?" preguntó Pablo, en el trascurso de una discusión sobre un mandato del Antiguo Testamento que decí­a que habí­a que dejar descansar al buey de uno en sábado, pero era sólo una pregunta retórica, él dio por hecho que la respuesta debí­a ser negativa, y se hubo de explicar el mandato en términos de beneficio para los humanos. San Agustí­n compartió esta lí­nea de pensamiento: refiriéndose a relatos del Nuevo Testamento en los cuales Jesús destrozaba una higuera y hací­a que se ahogara una piara de cerdos, San Agustí­n explicó estos desconcertantes incidentes diciendo que pretendí­an enseñarnos que "abstenerse de matar animales y destrozar plantas es el colmo de la superstición".

Cuando el cristianismo predominaba en el Imperio Romano, también absorbió elementos de la actitud de los antiguos griegos hací­a el mundo natural. La influencia griega fue atrincherada en la filosofí­a cristiana por el más grande escolástico medieval, Santo Tomás de Aquino, cuyo trabajo fue la unión de la teologí­a cristiana con el pensamiento de Aristóteles. Aristóteles consideraba la naturaleza como una jerarquí­a en la que los que tienen menos poder de razonamiento existen por el bien de los que tienen más:

Las plantas existen por el bien de los animales, y las bestias por el bien del hombre: los animales domésticos por su uso y comida, los salvajes (o, en cualquier caso, la mayorí­a de ellos) por la comida y otros accesorios de la vida, tales como el vestido y diversas herramientas.

Puesto que la naturaleza no hace nada en vano o sin ningún fin, es innegablemente cierto que ha creado a todos los animales por el bien del hombre.

En su principal obra, la Summa Theologica, Santo Tomás de Aquino siguió este pasaje de Aristóteles casi al pie de la letra, añadiendo que esta posición se atiene al mandato de Dios, como consta en el Génesis. En su clasificación de los pecados, Santo Tomás sólo tiene lugar para los pecados contra Dios, nosotros mismos o nuestros vecinos. No hay posibilidad de pecar contra animales no humanos o contra el mundo natural.

í‰ste fue el pensamiento de la corriente principal del cristianismo durante al menos sus primeros ocho siglos. Hubo espí­ritus más moderados, naturalmente, como San Basilio, Juan Crisóstomo y San Francisco de Así­s, pero para la mayor parte de la historia cristiana, no han tenido ningún impacto relevante en la tradición dominante. Por tanto, vale la pena hacer hincapié en los rasgos principales de esta tradición occidental dominante, puesto que éstos pueden servir como punto de comparación cuando discutimos diferentes puntos de vista sobre el entorno natural.

Según la tradición occidental dominante, el mundo natural existe para el beneficio de los seres humanos. Dios dio al ser humano señorí­o sobre el mundo natural, y a Dios no le importa cómo lo tratemos. Los seres humanos son los únicos miembros moralmente importantes de este mundo. La naturaleza en sí­ misma no tiene ningún valor intrí­nseco, y la destrucción de plantas y animales no puede ser pecaminosa, a menos que con esta destrucción se haga daño a seres humanos.

Aunque esta tradición sea dura, no excluye una preocupación por la conservación de la naturaleza, siempre y cuando esa preocupación pueda relacionarse con el bienestar humano. Claro está que normalmente se puede relacionar. Uno podrí­a, totalmente dentro de los lí­mites de la tradición occidental dominante, oponerse a la energí­a nuclear sobre la base de que el combustible nuclear, tanto en bombas como en centrales, es tan peligroso para la vida humana que es mejor dejar el uranio en la tierra. De manera similar, muchos argumentos en contra de la polución, la utilización de gases perjudiciales para la capa de ozono, la quema de combustibles fósiles, y la destrucción de los bosques podrí­an expresarse en términos del daño que producen en la salud y el bienestar humano por parte de los agentes contaminantes, o los cambios climáticos que se producirán como consecuencia de la utilización de combustibles fósiles y la pérdida de bosque. El efecto invernadero â€

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