La Rambla inicia la reconversión de las pajarerías tras 7 años de debate

Las condiciones en las que se venden animales en el paseo incumple la normativa desde el 2003. El primero de los 11 puestos que se deben reinventar este verano abrió ayer transformado en pastelería.

06 julio 2010
España.
Helena López / Barcelona

Son las doce de la mañana y el sol cae a plomo sobre una abarrotada Rambla. Pese a lo poco grato de la situación, dos mujeres muestran una sonrisa de oreja a oreja mientras sacan brillo a su nuevo puesto con esmero. Son Núria Baringué y Lourdes Molina, desde ayer, los rostros de Coques de Barcelona, la primera expajarería del paseo que se ha adaptado a las nuevas circunstancias, en su caso transformada en un puesto de dulces artesanos. La otra decena de puestos que todavía se dedican a los pájaros, las tortugas, ardillas, chinchillas y peces se irán transformando a lo largo del verano, hasta que en octubre termine el renacer de ese tramo del paseo, poniendo un definitivo punto y final a una actividad que ha caracterizado la Rambla durante los últimos 150 años. 

Entre esas nuevas circunstancias destaca la ley autonómica de protección de animales del 2003, que los 11 puestos de la Rambla llevan siete años infringiendo, los mismos que lleva encima de la mesa el debate sobre el futuro de una actividad tan arraigada como ilegal, como mínimo en la manera en la que se realiza. Otra circunstancia, la decisiva, ha sido la modificación de la ordenanza municipal de mercados, en la que se establecieron los nuevos criterios para tan delicada venta y se acordó que el tema debía estar resuelto antes de diciembre del 2009, algo que a nadie se le escapa que no ocurrió.

Ambiente de cambio

Y, pese a que todavía quedan cabos por atar, después de siete años de tira y afloja entre administración y tenderos, el ambiente que se respiraba ayer en la Rambla era, esta vez sí, de cambio. No solo por el flamante nuevo puesto de dulces, sino por la imagen de algunas pajarerías cerradas, otras con un aspecto casi desértico y las últimas empezando a vaciar sus estanterías con visible nostalgia.

El primer teniente de alcalde, Jordi William Carnes, explicó que el futuro de los puestos ya está cerrado, excepto el de "algunos" de los que regenta José Cuenca, empresario que tiene cinco de las 11 licencias, y que hasta el pasado abril tenía la intención de regentar el único puesto que, de forma testimonial, iba a seguir vendiendo animales. "Fue el último en entrar en el reparto de nuevas licencias, y por eso todavía no lo tiene cerrado del todo", apunta el concejal, quien asegura que los animales no van a ser sustituidos "en ningún caso" por suvenires (al menos por el clásico suvenir made in China). Una batalla más en la lucha municipal por fomentar el turismo que llaman "de calidad".

Además de la coca Barcelona –inspirada en la clásica coca de vidre y sin duda su producto estrella–, el puesto que ha dado el disparo de salido de la nueva etapa del paseo vende otros productos de pastelería típica. Desde carquinyolis hasta merengues, bautizados como rocs de Gaudí. Los siguientes en dar el salto, en los próximos días, son los tres puestos que han obtenido la licencia de heladerías, donde se ofrecerán helados «de gama alta». En el resto de puestos, cuya adaptación será progresiva –la reforma la pagan tenderos y ayuntamiento, mitad y mitad–,

Se venderán desde entradas y merchandising de los espectáculos que se vayan representando en la ciudad hasta artículos de regalo "directamente relacionados con Catalunya y Barcelona". Es decir: prohibidas las camisetas del toro.

Los ánimos entre los trabajadores del paseo ante un cambio tan radical son, como siempre y en casi todo, muy dispares. Lourdes Molina, al frente del pionero Coques de Barcelona, se muestra muy ilusionada. "Tenía muchas ganas del cambio", explica la mujer, después de toda una vida vendiendo animales en el negocio familiar. Otros no lo ven tan claro. Mònica Trias, presidenta de los pajareros del lugar, se muestra algo más cauta y mucho más melancólica. "No es algo que hagamos con gusto. Lo hacemos porque nos obligan, pero ya que estamos, le pondremos todas las ganas", matiza.

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